“Lo único que quiero es que termine esta guerra para que mi familia pueda retornar a nuestra aldea”, dijo Sophie Kenzia.
La población de la República Democrática del Congo anhelaba regresar a casa. Querían seguridad, comidas regulares y una cama. Encontraron violaciones, asesinatos y una vida sombría en campamentos cuando trataron de escapar de los enfrentamientos entre el Gobierno y los rebeldes.
Sophie huyó con sus cuatro hijos a un campamento administrado por Caritas. Lamentablemente, tuvo un aborto espontáneo durante el viaje.
Caritas lanzó un llamado a la Confederación, pidiendo ayuda por valor de 5,5 millones de USD, para ayudar a 150.000 personas como Sophie. Distribuyó alimentos y proporcionó ropa, artículos domésticos y para la higiene personal con el fin de ayudar a las personas a atender sus necesidades básicas.
En diciembre, Caritas llevó a una delegación de obispos congoleños a Washington, a las Naciones Unidas en Nueva York, a París, Bruselas y Roma, para abogar por el fin de la guerra. Los obispos exhortaron a “ponerle fin a los campos de exterminio.”
Las violaciones, los asesinatos selectivos y el reclutamiento forzado de niños soldados contribuían a la escala masiva del sufrimiento. Caritas puso a disposición de la población algunos psicólogos para ayudar a afrontar el dolor. Asimismo, comenzó a reintegrar a los niños soldados y a facilitar ayuda médica y orientación psicológica a las víctimas de las violaciones.
Mientras se aproximaba el final de año, muchas personas del Congo no había retornado a casa.
El Obispo Faustin Ngabu, de Goma, mientras reparte mantas, le dice a la gente: “Sé que lo que ha traído hoy Caritas no pondrá fin al sufrimiento, pero confiamos en que aliviará una parte del mismo”.
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