La generación perdida de Sudán del Sur vuelve a casa

Children in Agok, where over 100,000 South Sudanese people fled after violence in a disputed border town. Credits: Sheahen/Caritas

Children in Agok, where over 100,000 South Sudanese people fled after violence in a disputed border town.
Credits: Sheahen/Caritas

“Había bombardeos y cañoneos, soldados. Mis hijos me preguntaban constantemente ‘¿Qué está pasando?'” Nyanareng, de 28 años y madre de cuatro niños, no tuvo tiempo para largas explicaciones cuando la violencia golpeó Abyei, un pueblo en disputa en la frontera entre Sudán y Sudán del Sur. Simplemente les dijo a sus hijos que corrieran.

“Anduvimos a pie durante cinco días. Excavamos agujeros en la tierra para buscar agua”, dijo. Era mayo de 2011 y hacía mucho calor en el monte. Sus hijos sobrevivieron. Sin embargo, su madre murió de agotamiento.

“No nos permitieron enterrar a mi madre en Touralei, así que venimos aquí, a Agok”.

Con frecuencia, los nativos de Sudán del Sur han sido la gente a quien nadie quiere. A veces van de campamentos de refugiados a estaciones intermedias a áreas de tránsito. O son blancos, huyendo de las bombas y las balas, tratando de no separarse de sus hijos o esposas o esposos.

Después de décadas de guerra civil, Sudán del Sur es ahora un país, una nación que está recuperando a su gente. Gran parte de la población son “retornados”, personas que han sido deportadas de campamentos en países vecinos o que han vuelto voluntariamente a su tierra, hartos de ser ciudadanos de segunda clase en otros lugares por su raza o su religión.

No obstante, en este momento muchos retornados no tienen a dónde ir y no tienen formas de ganarse la vida. En Agok, a donde huyó la mayoría de ciudadanos de Abyei, más de 120.000 personas viven en chozas con techo de paja en el monte, en un área polvorienta y calcinada por el sol. En la capital, Juba, 8000 personas esperan en un campamento transitorio, si saber si podrán encontrar parientes que estén dispuestos a acogerlos. Al sureste del país, las personas que volvieron luego de haber pasado años en campamentos para refugiados en Uganda trabajan arduamente para quitar la maleza sobrecrecida en sus granjas; y no pueden sembrar los campos que ahora están plagados de minas antipersonales.

Un elevado número de retornados son viudas o esposas de militares que no sólo están criando a sus propios hijos, sino también a los de parientes que fueron asesinados. “A una de las esposas de mi hermano la mató un Antonov. Estaba embarazada con gemelos”, dice Pia Kiwa, que vive en un pueblo al sureste llamado Isoke. “Su padre estaba recolectando alimentos en Uganda cuando se topó con los rebeldes y murió de un disparo. Él estaba en un camión y hubo una balacera”. Pia se está haciendo cargo de los hijos de su cuñada y de los hijos de la otra esposa de su hermano, quien murió víctima del cólera. Más de una docena de niños están bajo su cuidado; su esposo ha estado en el ejército y fuera de casa por años.

En algunos lugares, los refugiados no tienen nada, Caritas les distribuye artículos de emergencia y materiales para construir albergues. “Todos se dispersaron cuando estalló la violencia en Abyei”, recuerda Maria Maluke, que ahora vive en Agok. “Mi esposo y dos hombres corrieron en una dirección. Los niños y yo corrimos en otra”. Maria vio morir a su hermana mayor y su sobrina de tres años mientras la familia trataba de huir, y buscó a su esposo durante ocho días, hasta que se enteró de que había muerto. Mientras miles de familias dormían a la intemperie, Caritas trabajó con un sacerdote de la localidad, el padre Biong Kwol, para prestar ayuda. “El padre Biong nos dio plásticos, kangas [tela], jabón y mosquiteros”, dice Maria.

Caritas también proporcionó postes y otros materiales para que la gente pudiera construir chozas tradicionales. Nyanareng, la joven que no pudo enterrar a su madre en ningún otro lado, recibió un kit de refugio el mismo día que dio a luz a su hijo. Su bebé, Ajing, tiene un hogar de verdad – quizás temporal, pero seguro.

En el campamento transitorio de Juba, Caritas brinda albergue de otras formas. “La Organización Internacional para las Migraciones [OIM] nos llamó y dijo: ‘Necesitamos voluntarios ¿cuántos pueden conseguir?” dio Ilse Simma, coordinadora de Caritas. Caritas Juba contactó con las iglesias locales y en cuestión de una hora movilizó a voluntarios para levantar enormes tiendas de campaña de la OIM para grandes cantidades de retornados que la IOM trasladó de Jartum a Juba. “Nuestros hermanos y hermanas en Jartum han estado sufriendo mucho”, dice la voluntaria de Caritas Gismala Gift. “Cuando llegaron, cantamos para ellos. Se sienten acogidos. Algunos de ellos lloraron porque veían a Sudán del Sur”.

En algunos casos, los retornados han sido reunidos con seres queridos a quienes no habían visto en mucho tiempo. Joska Achayo tenía ocho años cuando tuvo que huir de su hogar cerca de Isoke y fue separada de su madre. Ella pasó muchos años viviendo con parientes como refugiada en Uganda. Ahora tiene 25 años y está de vuelta en su tierra natal, en donde Caritas les está dando a los aldeanos semillas y herramientas de labranza para que puedan cultivar suficiente para darle de comer a sus familias.

Un día, después de su retorno, Joska conoció a una mujer en el camino. “Le pedí ayuda para encontrar a mi madre”, dijo Joska. “No la reconocí.

¡Luego me dí cuenta de que era mi madre! Rompimos en llanto de alegría”.

Los retornados en Sudán del Sur tienen por delante un camino peligroso. Expulsados de algunos países, sin saber cómo vivirán en su propia nación, muchas familias retornadas se sienten solas. Proporcionando albergue, ayuda para la agricultura y más, Caritas está trabajando para hacer que su transición sea un poco más fácil.

Muchos retornados también sacan fuerzas de su fe. “Fue difícil”, dijo Nyanareng, recordando la muerte de su madre y la situación que su familia vivió el otoño pasado, casi al borde de la inanición. “Pero confiamos en Dios.

Si no fuera por Dios, no sé cómo hubiéramos llegado hasta aquí”, dijo Bernardette Wani. Ella y su familia llegaron al campamento transitorio de Juba en mayo de 2012, luego de haber soportado un año en la estación intermedia para los no deseados de Sudán. “Fuimos rechazados por ellos, pero Dios no nos rechazará”.

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