Voces de Darfur: Familias vulnerables

Es difícil saber dónde empieza y dónde termina el campamento Khamsa Dagaig; mientras nos abrimos camino entre los estrechos callejones dickensianos, en medio de viviendas improvisadas superpuestas desordenadamente.

Finalmente llegamos a nuestro destino – una pequeña casa de adobe con dos habitaciones. Nos encontramos a Rawia* sentada afuera, con la mirada perdida en la distancia, envuelta en un toub – vestido tradicional – azul marino.

Calladamente me dice que su esposo falleció recientemente y que ahora le preocupa cómo se hará cargo de sus tres hijos de 13, 6 y 4 años.

“Sin esposo, todos los días me preocupa cómo voy a salir adelante, cómo voy a pagar por la comida, por las colegiaturas y medicinas cuando los niños se enfermen, es una gran responsabilidad que me inquieta”.

“ With no husband I worry every day how I am going to cope; how I will pay for food, school fees and medicines for my children.” says *Rawia Photo: Annie Bungerouth/ACT-Caritas

“ With no husband I worry every day how I am going to cope; how I will pay for food, school fees and medicines for my children.” says Rawia*.
Photo: Annie Bungerouth/ACT-Caritas

Rawia vive en el campamento más pequeño de los tres campamentos de Zalingei, en la región de Darfur Central en Sudán; ella es una de las muchas familias vulnerables que han sido identificadas por el jeque local y Ayuda de la Iglesia Noruega (NCA), que le ha dado a Rawia artículos de hogar como cubos de plástico y un bidón. También construyeron una letrina y su familia está registrada con el equipo de nutrición a fin de que sus hijos estén supervisados constantemente.

Rawia y su familia llegaron en una de las primeras olas de personas que llegaron al campamento Khamsa Dagaig, forzadas a abandonar sus aldeas por los conflictos.

“Eran las 10 de la mañana, habíamos rezado nuestras oraciones y yo me estaba preparando para poner el fatoul [desayuno] sobre la mesa, cuando de pronto hubo disparos. Tuve tanto miedo que ni siguiera llegamos a comer.

Reunimos las pertenencias que pudimos y agarramos a nuestro primogénito y a nuestros padres ancianos y escapamos a las montañas”.

Rawia ha tratado de ganarse la vida recogiendo leña, pero explica que es una tarea peligrosa para una mujer.

“Cuando salgo del campamento a recoger leña me enfrento a grandes dificultades. Tengo que atravesar el valle y ahí hay hombres armados que exigen que uno les pague antes de poder recoger leña.

Si uno se niega, lo amenazan con las pistolas”.

Los campamentos como Khamsa Dagaig se ubican en áreas en donde es fácil obtener armas pequeñas, por lo que la seguridad y la protección de los civiles es un problema constante, y obliga a muchos de los habitantes del campamento a permanecer dentro de los confines del mismo.

Los gritos de los niños jugando, los burros rebuznando y el ruido del molino del campamento se mezclan en una cacofonía de sonidos mientras Rawia camina a través del campamento para ir a recoger su ración de maíz al molino.

Aquí, la gente tiene muy poco, pero siguen encontrando medios y formas para apoyar a sus vecinos vulnerables. A través del jeque y los ancianos, la gente da lo que puede: tomates, pan, aceite de cocina, por ejemplo; y estos se distribuyen entre familias vulnerables como la de Rawia.

“A lo que me aferro es al apoyo que recibo de NCA y de la comunidad del campamento, sin eso no sabría cómo arreglármelas.

Aquí en el campamento, NCA sigue ‘caminando con nosotros’, ellos nos ayudan dándonos muchísimo apoyo.

Quizás el mundo nos haya olvidado, pero NCA no”.

Una situación en la que 3,5 millones de personas precisan ayuda humanitaria, de las cuales 1,4 millones siguen en campamentos dependiendo de ayuda, no es sostenible. Rawia y sus hijos sólo tendrán un futuro si se llega a una solución política para asegurar la paz duradera y la seguridad en la región.

Rawia se aferra firmemente a esta esperanza.

“No podemos volver a nuestra aldea ahora, porque seguimos escuchando noticias de que siguen los problemas – saqueos y asesinatos.

Pero sigo teniendo esperanza y rezo para que mis hijos puedan un día dejar este campamento libremente, sin miedo en sus corazones”.

*El nombre ha sido cambiado a solicitud de la persona.

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