Reflexión de Bangladesh con motivo de la Jornada Mundial de la Alimentación

Bishop Gomes, Auxiliary Bishop of the Archdiocese of Dhaka, Bangladesh President of Caritas Bangladesh being part of Caritas climate justice campaign Credits: Caritas

Bishop Gomes, Auxiliary Bishop of the Archdiocese of Dhaka, Bangladesh President of Caritas Bangladesh being part of Caritas climate justice campaign
Credits: Caritas

Por el Obispo Theotonius Gomes C.S.C., Presidente de Caritas Bangladesh

Un aspecto esencial del misterio de la persona humana es la unión del cuerpo terrenal y el alma celestial, una unión en la tierra cuyo destino es la eternidad.

En la tierra, el cuerpo ha de ser la morada fiel del espíritu eterno, en la eternidad el alma ha de ser la morada del cuerpo resucitado.

En la tierra, el alimento asiste al cuerpo en su función esencial de “mantener unidos alma y cuerpo” para hacer realidad ese misterio de la persona humana.

Por consiguiente, la seguridad alimentaria no es simplemente una cuestión terrenal, tiene tonalidades de eternidad.

El Padre Nuestro no es una petición ordinaria. Es la oración para la venida del Reino de Dios. En ella, pedimos “el pan de cada día”, el alimento diario de los pobres que llevará al pan eterno del mañana para todos.

El Evangelio hace alusión a los alimentos como una necesidad terrenal básica:

  • En la creación no se menciona ninguna otra necesidad terrenal fuera de los alimentos (Gen 1: 27-28)
  • El pan diario se da al momento de la prueba en el desierto del Sinaí (Ex.).
  • La comida fue tema de la tentación de Jesús en el desierto (Mt 4:1-4), una tentación para confundir el propósito fundamental del alimento para la humanidad; alimentos terrenales, sí, pero que se convierten en verdaderos alimentos con el alimento espiritual de Dios.
  • La multiplicación de los panes (Jn 6) indica el misterio de la inmensa “suficiencia y plenitud” del limitado alimento terrenal, de la misión de la humanidad de proporcionárselo a todos.
  • Compartir los alimentos en un banquete forma parte de la cultura humana simple y perenne en el seno familiar y en la sociedad; como celebración, como parte de la amistad y la unión, un símbolo eficaz de la comunión de mente, corazón y espíritu.

El pan de la Eucaristía representa la santidad inherente de este don terrenal como si se ofreciera en sacrificio para todos. Es un sacramento perenne para que la tierra continúe la encarnación visible de la Palabra de Dios en signo perdurable de los alimentos, y para demostrar que la vida de toda la creación alcanza su plenitud en el dar y recibir unos de otros como alimento para el alma y el cuerpo.

El destino natural de todo lo creado es perecer en la muerte. Jesús redimió esa muerte natural en su último obsequio espiritual mediante su sacrificio para que otros tengan alimento de por vida. La vida no se debe quitar, mas se puede dar como alimento que da vida. El destino más profundo de la creación es ser alimento para otros, como lo es el destino de Dios en el Hijo encarnado.

La comida tiene un propósito prácticamente espiritual para la humanidad, ya que se necesita para mantener nuestra alma y nuestro espíritu vivo en esta tierra; y nuestro cuerpo sostenido por el pan de cada día está en una posición segura para permitirle al espíritu de Dios actuar en el cuerpo para resucitar a la vida eterna.

La falta de alimentos para los pobres, especialmente las grandes cantidades que se están muriendo de hambre, es la situación más “anti-eucarística” de la tierra. Es la desesperanza de la civilización humana en está época de tantos avances. La seguridad alimentaria, una cuestión material, tiene una enorme tarea espiritual que llevar a cabo.

El ayuno es penitencia para compartir alimentos y otros bienes terrenales en el espíritu de “los pobres” en “satisfacción”, fomentando el deseo de compartirlos con los pobres para con quienes los ricos son llamados. En tal proceso, toda nuestra pobreza y nuestra riqueza se convierten en bendiciones.

Podemos devorar alimentos por glotonería; podemos comerlos despacio y “satisfacernos”, debemos saborearlos para apreciarlos. Debemos inculcar una cultura de saborear los alimentos, para entender el sabor de los alimentos para los pobres.

Los pobres comparten alimentos bajo el signo del “ayuno”, evitando devorarlos, satisfaciéndose poco a poco, saboreando sus cualidades nutritivas.

La comida es una necesidad jubilosa de la gente sencilla para una civilización sencilla en la tierra. En todas las épocas, e incluso en nuestro tiempo de grandes avances tecnológicos e industriales, muchísimas personas viven en un entorno de suelo, aire, agua y vegetación en una cultura preocupada por la seguridad de los alimentos.

Los muchos pobres de la tierra pertenecen a un entorno agrícola con base en los alimentos, del que dependen y el cual les da seguridad; los ricos no valoran este don de la agricultura para la producción de alimentos. Con suficientes alimentos, todas las culturas y el desarrollo pueden florecer legítima y armoniosamente en el marco de la ciencia de Dios y la industria humana.

La tarea fundamental, frente a la crisis actual de las situaciones de adversidad e injusticia provocadas por el cambio climático, es afianzarse adecuadamente en una agricultura basada en los alimentos segura, que garantice una base para todos los otros avances culturales.

La falla inherente de la actual revolución industrial y tecnológica predominante ha sido que, en el proceso, se olvida de la primacía de la seguridad alimentaria como fundamento de la civilización.

La vida simple en el ambiente de la tierra, el aire, el agua, la vegetación, los alimentos y los “pobres” es lo que necesitamos afirmar como civilización duradera de la humanidad. De hecho, Bangladesh y las llamadas naciones pobres, de hecho todas las naciones en donde los pobres son ciudadanos importantes, son testigos de una cultura de esa vida simple y de la sencilla religiosidad del espíritu interno. Es la situación general que predomina en nuestra tierra. Que no huyamos de ella.

 

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