‘Ustedes escucharon nuestro llanto’: el hambre en África oriental

At a refugee camp in northeast Kenya, a mother and child lie in the malnutrition ward of a hospital. When children are too weak from hunger to eat, they are fed intravenously. Photo by Laura Sheahen/CRS Credits: Laura Sheahen/CRS

At a refugee camp in northeast Kenya, a mother and child lie in the malnutrition ward of a hospital. When children are too weak from hunger to eat, they are fed intravenously. Photo by Laura Sheahen/CRS
Credits: Laura Sheahen/CRS

de Laura Sheahen

“Conocí a una mujer que lloraba porque no podía recordar cuándo fue la última vez que había visto tanta comida”. Shadrack Musyoka de Caritas recuerda una distribución de alimentos durante el verano de 2011 en una región de Kenia devastada por la sequía. “Ella no había comido durante dos o tres días. Estaba demasiado débil para ponerse en pie”.

“Se dio cuenta de que iba a comer hasta saciarse”.

Cientos de kilómetros al norte, “la sequía era tan terrible que algunos niños se desplomaban de hambre”, dice el Padre Isaac Racho de la Diócesis de Marsabit. Tres años de escasez de lluvia habían culminado en la peor catástrofe que muchos adultos podían recordar. La sequía azotó enormes franjas de tierra en Kenia, Somalia, Etiopía y Eritrea – la mayoría de países que integran en Cuerno de África. Todo era polvo marrón.

“Cuando las sequías se agudizan, la gente come hojas”, dice Maurice Savei de Caritas Kitui. Esta vez, en algunas áreas, no había esa opción. “Generalmente, cuando no hay lluvia al menos queda un árbol con un como coco pequeño que ellos comen. En esta sequía, hasta ese árbol se malogró”.

Los pastores van cada vez más lejos en busca de pastos verdes para sus vacas y sus cabras, dejando atrás a miembros de la familia que no pueden viajar. “Viajaron muy lejos con sus rebaños para buscar agua, 80 kilómetros”, dijo Gabriel Gambare de la Diócesis de Marsabit. Mientras tanto, en casa no había qué comer. “Cuando volvían sus padres ancianos estaban casi muertos”.

“A veces me llaman cuando alguien está enfermo”. Cuando llego, resulta que es porque la persona está hambrienta – no han comido nada por dos o tres días”, dice el Padre Racho.

“La gente llega aquí, a la casa parroquial, incluso antes de que yo me despierte, diciendo ‘mis hijos no comieron anoche´”, continúa diciendo. “Uno puede ver la agonía y el enojo en sus rostros”.

La gente de la aldea veía a los animales a su alrededor adelgazar y morir. “Uno veía pilas de cabras y elefantes muertos”, dice Emmanuel, un jornalero que vive en Marsabit. “Los monos se entran a las casas a robar comida. Se llevan las ollas”.

Siempre que es posible cultivar la tierra, Caritas ayuda a la gente a ayudarse a sí misma. Los proyectos de irrigación que Caritas inició en los noventa y principios de la década de los 2000, salvaron a mucha gente durante la sequía de 2011. No obstante, sin lluvia muchos pastores y agricultores simplemente no podían producir alimentos. Así que Caritas empezó a llevar camiones con agua potable y alimentos, conduciéndolos por caminos de tierra casi intransitables en aldeas a donde el gobierno no siempre puede llegar.

Zeinabu Eisimfecha, una viuda que tiene que mantener a siete hijos en Marsabit, tiene claros los beneficios de las raciones de emergencia. “Si no fuera por Caritas nos hubiéramos muerto”, dijo tajantemente. “Hubiera sido el fin del mundo”.

En un centro de distribución de alimentos de Caritas en la parroquia del Padre Racho, más de 100 mujeres esperan a que se saquen del almacén costales de frijol, arroz y una mezcla de maíz-soja. Sólo hay una navaja para abrir todos los costales, así que, en vez de perder tiempo, las mujeres deshacen lentamente con los dedos las complejas costuras de los costales. Luego extienden sus bolsas vacías para recibir cucharones de alimentos.

La tela de una bolsa tiene un pedazo gastado; cada vez que un miembro del personal echa una cucharada de arroz, unos cuantos granos de arroz se salen por abajo. Otra mujer está pendiente del pedazo gastado, y recoge los granos que se han caído y los pone en un trozo de tela para que no se desperdicie nada.

Las mujeres se atan los sacos de comida a la espalda y se preparan a andar varios kilómetros para llegar a casa. A menudo también van cargando a sus bebés.

Los recién nacidos y sus madres se encontraban especialmente bajo riesgo durante la sequía. En las clínicas rurales, el personal médico repartió alimentos suministrados por Caritas para ayudar a salvar bebés cuyo peso estaba por debajo de lo normal. Los alimentos también son para las madres. “Ha sido difícil amamantar a gemelos”, dice Susan Wanjiru, cuyos bebés tienen seis meses. “Nunca he tenido suficiente qué comer, todo el tiempo. A veces tengo muchísima hambre y no produzco leche”.

“En el pasado, perdíamos a los niños de menos de cinco años debido a la desnutrición”, dice Mwinzi Munyoki Tutu, un joven padre en el sur de Kenia. “Esta vez no perdimos a ninguno”.

No todos los niños sobrevivieron, dice el Obispo Peter Kihara en el norte. “Lo más doloroso es que esconden a los niños discapacitados, a veces incluso los atan a la cama” a causa de una combinación de factores culturales y pena”. “Y están hambrientos. Niños discapacitados murieron atados a la cama”.

Mas Caritas logró llegar y alimentar a cientos de miles de personas vulnerables durante la sequía. En muchas partes del Cuerno comenzó a llover en octubre de 2011. Los aldeanos le piden al cielo que ya haya pasado lo peor de su sufrimiento. Para ayudarlos a comenzar de nuevo, Caritas está distribuyendo semillas, animales y otras cosas que necesitan. Caritas también les paga a los aldeanos para que trabajen en proyectos de irrigación que reducirán el impacto de cualquier sequía en el futuro. Las raciones de emergencia hacen que esa labor sea más fácil. Una mujer que cavaba un canal dijo: “la energía con la que nos ve cavar viene de la comida de Caritas”.

“Dios se manifiesta en tantas formas”, dice Kyambi Ngui, una anciana que vive en una aldea llamada Musavani. “Estábamos esperando la muerte, pero entonces llegó Caritas. No sé cómo hubiéramos sobrevivido sin Caritas. Estamos tan agradecidos de que ustedes hayan escuchado nuestro clamor y hayan venido a rescatarnos”.

 

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