Hambre en el horizonte. Los agricultores en la República Centroafricana están demasiado aterrados para sembrar sus cultivos.

Matthie Alexandre/Caritas

Matthie Alexandre/Caritas

Por Valerie Kaye

“Yo tuve suerte”, dijo Thierry Diacro Lzila, un agricultor en Ndangala, una aldea a 40 Km de la capital de la República Centroafricana, Bangui. “Yo estaba en la iglesia cuando los combatientes llegaron a allanar nuestras casas. Yo pude esconder mis herramientas”.

Las rebeliones y los golpes de estado no son poco comunes en la República Centroafricana. Cuando una coalición de tropas locales y extranjeras llamada Seleka tomó el poder en marzo, la mayoría pensó que el orden se restablecería en cuestión de semanas.

Mas sus esperanzas han sido truncadas. Todo el país sigue en crisis. Más de 300.000 personas han sido obligadas a abandonar sus hogares, muchos se esconden en el monte o acampan en las iglesias.

Más de millón de personas no tienen suficiente comida. No se han sembrado las cosechas, lo que significa que la crisis de hambre podría empeorar en un país en donde 8 de cada 10 personas viven de la tierra.

“Es peor de lo que pensábamos”, dijo Thierry. “Yo no he podido sembrar en la época correcta. En vez de trabajar la tierra, tuvimos que escondernos mientras ellos saqueaban, asesinaban y robaban. Vivo con miedo”.

Jeanne Zongafro es una viuda que pasa apuros para darle de comer a su familia, incluyendo a 13 nietos. Seleka se apoderó de sus herramientas en una redada. “Gracias a Caritas me dieron nuevos azadones”, dijo. “Y con estos esquejes que recibí podré cultivar mandiocas para toda mi familia”.

La Hna. Flora Guerekopialo de la Caritas diocesana, Caritas Bangui, trabajo con aldeas bajo riesgo como esta. “Les brindamos ayuda a grupo de 20 personas en vez de a individuos para asegurar que se cubran las necesidades de toda la comunidad”.

Nancy Galaché tiene una gran sonrisa que oculta muchas preocupaciones. Ella cultiva judías y mandioca, pero tiene miedo de ir a los campos. “Aquí cerca mataron a un agricultor”, dijo. “Nunca sabemos cuándo van a llegar. Escuchamos un coche y nos escondemos”. Eso implica que la cantidad de dinero que puede ganar se ha reducido en un tercio.

Nancy no es la única que está corta de dinero. El gobierno impuesto por Seleka sólo ha podido pagarles a funcionarios, como maestros, burócratas y doctores, dos de siete meses de salario.
“Mi esposo es maestro”, dijo Nancy. “Así que tenemos muy poco en casa porque no le han pagado todo su sueldo. Es por eso que dependemos de la ayuda de Caritas”.

Más de 450.000 niños no asisten a la escuela, ya sea porque su escuela a sido saqueada o quemada, o la han convertido en barracas para Seleka, o para el maestro que se esconde.

“Lo que me entristece es que mis hijos no vayan a la escuela”, dijo Jeanne. “Quisiera compartir con ellos mis conocimientos para el futuro, pero lo que necesitamos es que vuelva la paz”.

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