Sigue viva la esperanza en Filipinas

The devastation wreaked by the wind, and the storm surge that followed, is difficult to put into words. Barely a house has survived intact in Palo. Credit: Caritas

The devastation wreaked by the wind, and the storm surge that followed, is difficult to put into words. Barely a house has survived intact in Palo. Credit: Caritas

por Mark Mitchell, Líder del Equipo de Emergencia de Caritas en Filipinas

Sobre la ciudad de Palo, hay una cruz en alto, un poco torcida y maltrecha por el viento, pero que resiste con firmeza: es un símbolo de esperanza.

Se ha escrito mucho sobre el supertifón Haiyan y todo lo que ha destruido a su paso. La devastación ha sido enorme y yo he visto el resultado de muchas catástrofes en todo el mundo.

Es difícil describir con palabras la devastación provocada por el viento y la fuerte marejada que siguió. Casi ninguna vivienda sobrevivió en Palo.

Los techos de acero galvanizado de los edificios municipales fueron arrancados por el viento, con la misma facilidad con que se pela una banana. Las paredes de hormigón fueron derribadas por la fuerza del vendaval y el agua.

Mientras los que vivían en humildes chabolas, lo vieron desaparecer todo: ¡todo!

En las afueras de la ciudad, hay zonas de agua fétida, con una espesa capa negra de mosquitos. El hedor de muerte y putrefacción flota en el aire, arrastrado por nubes de moscas.

Y sin embargo, queda la esperanza. Los niños siguen jugando y sonriendo, mientras les hago unas fotos. Los ancianos con paciencia hacen cola para recibir la ayuda.

Los puestos del mercado, con fruta y verduras, ya han empezado a surgir de nuevo. ¿Quién sabe dónde consiguieron los productos, visto que los árboles y los campos quedaron también destruidos? Algunas escuelas están empezando a abrir.

Hoy, en Tacloban, he conocido a Abilene Abihar, que vive con su familia en una pequeña comunidad de unas 100 personas. Ella me dijo que murieron 30 personas en la tormenta. Ya han recibido algunos alimentos en la parroquia y pronto recibirán más de Caritas. Ellos son un ejemplo vivo de resiliencia. Han empezado a reconstruir refugios temporales con maderas recuperadas y algunas laminas de acero galvanizado, que han enderezado, para el cubrir el techo. Para completar la imagen, han puesto un árbol de navidad en un pequeño porche, como una especie de desafío al caos reinante en el mundo que le rodea.

La distribución de la ayuda, a quienes la necesitan con tanta urgencia, resulta ser un proceso lento.

Los retos abundan: las carreteras bloqueadas o maltrechas; el aeropuerto de Tacloban ha quedado reducido a un armazón, pero está abarrotado de vuelos de líneas aéreas locales y de un avión C130 militar con carga pesada, lleno ayuda de todo el mundo.

Todos los surtidores de combustible que he visto estaban destruidos y eso provoca escasez de carburante. Y efectivamente, en ciertos casos, la coordinación podría ser mejor. Sin embargo, mientras llegaba en el avión, pude ver por todas partes las lonas del mundo de la ayuda humanitaria, que son muy necesarias y se convierten en refugio temporal para tantas personas.

A mi llegada, CRS estaba distribuyendo kits para la higiene y acababa de recibir del puerto un nuevo envío de material para el suministro de agua. Será instalado en un par de días y abastecerá de agua potable a otra comunidad.

Es difícil imaginar la magnitud de la catástrofe en Filipinas. El número de damnificados casi no tiene sentido. Todo el mundo se ha visto damnificado, de alguna manera.

Pero cuando se mira a la gente a la cara, buscando más allá del cansancio, hay algo que sigue estando allí: la esperanza.

Mark Mitchell es Responsable de Programas Humanitarios de Caritas Aotearoa – Nueva Zelanda, destacado para respuesta de Caritas Internationalis al tifón Haiyan

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