Un futuro incierto para los cristianos iraquíes

Las noticias pueden resultar aterradoras desde lejos. Sin embargo, desde cerca y en persona, las familias iraquíes no podrían ser más corteses, acogedoras y amables — a pesar del nefasto telón de fondo con el que viven.

En una tienda de campaña, en la que el calor es sofocante y el suministro de agua escasea, me ofrecen una botella de agua fresca. A la intemperie, en la que ahora vive una familia – que residía en una bonita casa, hace menos de un mes y hoy se aloja debajo de un árbol – me ofrecen amablemente un té. Pero, sobre todo, me piden disculpas, porque no me pueden ofrecer nada mejor.

La crisis humanitaria que deben afrontar las familias iraquíes aquí es algo que resultaba inimaginable, para muchas de ellas, hace solo algunos meses. Desde enero de este año, 1,2 millones de iraquíes se han desplazado dentro del país. Su procedencia es muy variada: minorías religiosas, cristiana, yazidí y chiíta; trabajos diferentes, en una empresa, como agricultores y jornaleros; luego son abuelos, estudiantes universitarios y bebés. Sólo tienen en común una cosa: están en el punto de mira del grupo militante del Estado Islámico (también conocido como ISIS), y han abandonado sus hogares aterrorizados.

Muchos dejaron sus casas por la noche, sin perder tiempo, todos los miembros de una familia apiñados en coches pequeños, escapando a ciudades más seguras, como Erbil y Dohuk. Consiguieron llegar a algún tipo de refugio, tras ser robados en los puestos de control y caminar durante horas o días. Y ahora se encuentran con una vida completamente extraña a la que conocían antes.

Los sacerdotes locales iraquíes dicen que todos son bienvenidos aquí para refugiarse, pero que sus recursos son cada vez más escasos. CRS está trabajando en colaboración con la iglesia católica local, Caritas Irak y otros miembros de Caritas Internationalis, facilitando asistencia a millares de personas en el área. Hasta la fecha, Caritas Irak y CRS han distribuido ayuda humanitaria a unas 4.350 familias desplazadas en Erbil, Ninewa, Dahuk, Zakho y Amedi. Sin embargo, las necesidades son enormes.

Crece el miedo entre las familias, ante la incertidumbre de su futuro a largo plazo. Para empezar, las escuelas tienen que abrir en septiembre, sin embargo, decenas de miles de personas han llenado las aulas de los colegios, que estaban cerrados por el verano. Muchos niños desplazados no pudieron hacer sus exámenes a final de curso, en su lugares de origen, y por eso no están seguros si pasarán al siguiente curso, a su vuelta al colegio. No es seguro cuándo se abrirán los centros escolares y, cuando se abran, adónde irán esas familias.

“Es necesario retornar a casa. Queremos estar a salvo. Queremos poder ir a la Iglesia”, dice Mary, que vive ahora en un aula con otra familia, en Sarsang.

Y, conduciendo por la carretera, se puede ver a centenares de familias, principalmente yazidí, que viven bajo pasos elevados o a los lados de la carretera.

No importa el telón de fondo, pese a todo, se recibe a la gente con amabilidad y se le ofrece lo poco que se puede tener en familia, aunque abunda la generosidad: “Yo no quiero que usted sienta lástima por mi”, dice Saddam, que están viviendo en un edificio abandonado, junto a sus seis hijos, en Erbil.

“No quiero herir su corazón. Lamento que tenga usted que encontrarme en estas circunstancias. Ésta no es vida, aunque podamos respirar”, concluye Saddam.

Programas e incidencia

CRS y Caritas están abriendo juntas una oficina común en Erbil, como sede para ampliar las operaciones. Entre las prioridades para los programas, podemos mencionar: alimentos y refugio; agua y saneamientos; artículos esenciales para la vida cotidiana; apoyo psico-social; educación para millares de niños desplazados internos que han perdido meses de escolarización; y preparación a un reasentamiento a más largo plazo, incluyendo refugios más permanentes y opciones para mantenerse, como dinero por trabajo y formación profesional.

Mientras, ante el Consejo de Derechos Humanos de Ginebra (CDH), Caritas y otras ocho organizaciones católicas exhortan a la comunidad internacional a “adoptar medidas inmediatas para proteger a las poblaciones vulnerables, especialmente grupos minoritarios, contra los crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y otras graves y sistemáticas violaciones de los derechos humanos, con el fin de respetar el derecho a la vida de todavía las personas y promover una solución pacífica de la actual crisis”. Ellas sostienen que las organizaciones humanitarias deberían tener un acceso seguro y sin obstáculos, para ayudar a la población civil en Irak, especialmente a los más necesitados, y piden urgentemente que se facilite ayuda a Irak y países vecinos, que están recibiendo a los desplazados.

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