El tifón en Filipinas, un año después: la historia de Ronald

“Después del tifón, aquí no había carreteras”, dice Ronald Abao, con lágrimas en sus ojos. “Sólo había escombros. Láminas de acero, trozos de madera, materiales de las viviendas de la gente. Y aquí había cadáveres”.

Estamos conduciendo por la localidad de Palo, que se encontraba precisamente en la senda de paso del tifón Haiyan, cuando azotó Filipinas, en noviembre del año pasado. Desde el mar, soplaban vientos de más de 270 kph, acompañados por una marejada ciclónica, que es un muro de agua parecido a un tsumani, que arrasó edificios, destrozó carreteras y ahogó a centenares de personas en toda la región.

Ronald estaba en el hospital provincial de Palo, cuando llegó el tifón, cuidando a su esposa, Maria Gracia, que estaba enferma.

“A las 5:45 de la mañana, parte del techo salió volando”, recuerda Ronald, “y la lluvia empezó a caer dentro del edificio. Le dije a mi esposa que se metiera debajo de la cama. Sin embargo, cuando el agua empezó a subir, le dije que saliera de allí. Sobre las 6:00, el agua nos llegaba a las rodillas. El viento era cada vez más fuerte y había trozos de cristal volando por todas partes. Cundió el pánico entre la gente.

“Entonces todos los pacientes estaban de pie. La gente gritaba ‘Dios, ayúdanos’. Entonces me dije, necesito seguir vivo por nuestro hijos. No importa lo que pase, yo tengo que ser fuerte”.

A las 6:30, el hospital fue inundado por la marejada ciclónica: un torrente de agua que chocó contra la sala. Ronald agarró a Maria Gracia y se la cargó a la espalda y, luchando contra la riada, se dirigió hacia la puerta principal. Ya fuera, era casi imposible ver adónde ir, a causa de la lluvia torrencial y el fuerte viento.

En un momento determinado, el pie de Maria Gracia se engancho en una mosquitera y ella se cayó. Ronald tuvo que sumergirse bajo el agua para liberarla. Como el agua seguía creciendo, él se llevó a Maria Gracia al edificio más cercano y luego pasó de una habitación a otra, esperando encontrar la manera de subir a lo que quedaba del techo del hospital. Al final, en la última habitación que encontró, había una escalera.

“Aquellas escaleras llegaron de la mano de Dios”, exclama Ronald. “Ya estábamos desesperados, cuando de la nada surgió aquella escalera.

“Mi esposa me dijo: ‘¡Déjame, porque yo no puedo subir!’ ¡Tienes que vivir!, yo le contesté a ella, ¿Puedes hacerlo, puedes hacerlo!’ Fue entonces cuando me di cuenta de cómo tenía ella el ojo. ”Decir que el ojo de Maria Gracia ‘no estaba bien’ es un eufemismo. Un trozo de escombro le había golpeado fuerte y su ojo estaba lleno de sangre. No podía ver por ese lado y estaba perdiendo rápidamente el conocimiento.

Ronald la ayudó a subir la escalera y luego volvió para ayudar a otras personas a subir también , incluyendo a una mujer que había dado a luz hacía muy poco. En pocos minutos, unas 50 personas estaban aferradas al tejado, mientras los cadáveres de otros pacientes, que no habían podido escapar, flotaban en la aguas debajo de ellos. Ronald se dio cuenta que estaba cubierto por la sangre de otras personas.

Lógicamente, la mayor parte del personal del hospital había abandonado el edificio antes de que llegara el tifón, pero había una enfermera que se había quedado y que empezó a preocuparse por Maria Gracia, que entonces ya había perdido el conocimiento.

“Aquella enfermera generosa me ayudó”, dice Ronald. “Ella me dijo: ‘¿Qué le ha pasado a tu esposa? Y yo le contesté: ‘No lo sé’. Ella no se movía. Yo estaba llorando y también rezaba al Señor y le pedí: ‘Por favor, ¡danos otra oportunidad!”

La enfermera consiguió ponerle a Maria Gracia un gotero intravenoso en el brazo y despertarla, antes de irse para ayudar a otros pacientes. Incluso cuando bajaron las aguas, ella se quedó en el hospital, tratando a personas heridas seriamente, que amigos o parientes de las mismas llevaban al hospital.

Ronald está volviendo hoy al hospital, por primera vez, desde el tifón, porque está decidido a busca a aquella enfermera. Quiere darle las gracias por haberle salvado la vida a su esposa.

“Yo no quiero ver de nuevo ese hospital”, dice él, “pero sí quiero encontrar a la enfermera que nos ayudó. No sé su nombre. Ella no se cansaba, ni de día ni de noche. Recuerdo que le pregunté: “Señora, ¿no quiere usted irse a casa? ’ Y ella respondió: ‘No, porque todas estas personas necesitan mi ayuda”.

A Ronald se le ve evidentemente afectado, cuando llega al hospital: le tiemblan las piernas, cuando sale del coche.

Una vez dentro del hospital, camina por el pasillo principal y llega a la sala de los enfermeros. Casi inmediatamente, él localiza a la enfermera y la saluda. Ella se ríe, sorprendida, cuando lo ve y ambos comparten sus recuerdos del episodio más dramático de sus vidas.

Cuando abandonamos el centro sanitario, Ronald afirma que está encantado por haber podido localizar a la enfermera. Su nombre, concluye, es Hilda Ponferrada.

Ronald afirma que volver ha sido un hito importante para él: “Soy muy feliz”, dice. “Estoy contento porque he visto a Hilda y porque está viva. Yo me acuerdo de todo lo que pasó aquel día, pero no voy a volver a llorar. Le dije que si vuelvo, no lloraré de nuevo”.

Ronald and nurse Hilda Ponferrada, who saved many people’s lives. Photo by Lukasz Cholewiak/Caritas.

Ronald y la enfermera Hilda Ponferrada, que salvaron la vida de muchas personas. Foto por Lukasz Cholewiak / Caritas.

Maria Gracia no se ha recuperado completamente de las heridas que sufrió durante el tifón, y hoy ella está parcialmente ciega. Sin embargo, la pareja tendrá su tercer hijo en pocas semanas. A un año del tifón, ellos sienten que hay esperanza en el futuro.

Ronald trabaja ahora para Caritas Filipinas, dirige proyectos que ayudan a otros damnificados, construyendo nuevas viviendas y ayudando a la gente a ganarse de nuevo la vida.

“Yo no soy perfecto”, dice él, “pero prometí que si sobrevivía al tifón, ayudaría a otras personas necesitadas”.

El trabajo que él hace es posible gracias a la increíble generosidad de los católicos de todo el mundo, que colaboraron con donativos a Caritas Filipinas, y que alcanzaron más de 135 millones de euros, en respuesta a la llamada de emergencia del año pasado, cuando sucedió el tifón.

“Estoy contento y feliz porque nos ayudaron”, exclama Ronald: “Un millón de gracias, tres veces un millón de gracias por lo que hicieron . Ahora estamos reconstruyendo. Se necesitará tiempo para curar las heridas, pero vamos por el buen camino. El proceso de cicatrización ha comenzado”, concluye y sonríe.

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