El tifón en Filipinas, un año después: una aldea llena de esperanza

La última vez que estuve en Tanuaun (Filipinas) fue en noviembre de 2013, solo tres semanas después de que la localidad fuera arrasada por el tifón Haiyan. La gente que encontraba siempre intentaba describirme la catástrofe. Hablaban del viento – que era ensordecedor y que por eso no se oían unos a otros cuando gritaban. También describía el oleada gigante – una muralla ambulante de agua de casi 6 metros de altura que lo barrió todo, arrastrando consigo árboles y coches hasta las ruinas de edificios y viviendas.

Sobre todo, hablan de la destrucción inmediatamente después del tifón: los cadáveres por las calles, los edificios completamente destruidos e irreconocibles, el horror al darse cuenta de que todas sus pertenencias habían sido barridas por la crecida.

Cuando yo llegué, las organizaciones de ayuda humanitaria, como Caritas, ya estaban haciendo todo lo posible para ayudar a la gente, facilitando refugio, alimentos, agua limpia y utensilios esenciales de cocina. Sin embargo, las escenas que se podían contemplar, en los alrededores de Tanuaun, eran impresionantes.

El recinto de la Academia de la Asunción estaba abarrotado de tiendas de campaña, con familias cuyas viviendas habían quedado destruidas.  Un año después, las tiendas han desaparecido y hay niños jugando por allí en lo que ahora es una cancha de baloncesto. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

El recinto de la Academia de la Asunción estaba abarrotado de tiendas de campaña, con familias cuyas viviendas habían quedado destruidas. Un año después, las tiendas han desaparecido y hay niños jugando por allí en lo que ahora es una cancha de baloncesto. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

Una fosa común

Me acuerdo de mi visita a la zona frente a la Academia de la Asunción. La misma escuela había registrado numerosos daños. Sus instalaciones estaban abarrotadas de tiendas de campaña y cada una de ellas estaba ocupada por una familia, cuya vivienda había quedado destruida. Tan solo unos cien metros más allá, detrás de una cancela, había una fosa común con al menos 1.000 cadáveres.

Volver a la escuela ahora, diez meses después, es una experiencia conmovedora. La transformación es extraordinaria. Las tiendas han desaparecido y hay niños jugando por allí en lo que es, y solo ahora me doy cuenta, una cancha de baloncesto.

Me han informado de que la última de las familias se fue a primeros de julio, para ir a vivir a uno de los refugios de madera, facilitados por la iglesia local. A largo plazo, el Gobierno filipino tiene previsto trasladar a toda la población a viviendas permanentes, más alejadas de la costa, ya que es demasiado arriesgado vivir en el mismo lugar que antes, en esa peligrosa zona de 40 metros de distancia de la costa.

Nuevas aulas

Es sorprendente, considerando la cuantía de los daños, que la misma escuela haya vuelto a abrir. Han arreglado el techo y reformado las aulas.

La Academia de la Asunción había  registrado numerosos daños. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

La Academia de la Asunción había registrado numerosos daños. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

Encontramos a la Hna. Mary, la Directora, que nos lo enseña todo. Aquí hay pupitres y sillas nuevos, libros nuevos e incluso una sala llena de ordenadores recién estrenados. Cuando entramos en cada clase, los estudiantes se ponen de pie y corean: “Buenos días Hermana y visitantes” y, a menudo, para luego dejar escuchar sus nerviosas risitas.

En la planta baja, la Hna. María nos enseña la fosa común. La tierra es todavía un páramo, pero está previsto construir un monumento en recuerdo de las víctimas. Todavía me conmueve pensar lo terrible que debieron ser las escenas después del tifón: ¿cómo fue para la gente encontrar los cadáveres de sus seres queridos y ver que todas sus pertenencias habían quedado destruidas?

La estatua que sobrevivió

Fuera, al lado de la cancha de baloncesto, la Hna. Mary nos enseña la estatua de Nuestra Señora de le Asunción. La última vez que estuve allí, había un contenedor de agua plegable, enfrente de la estatua – que parecía una especie de castillo hinchable y que Caritas se encargaba de que estuviera llena de agua limpia cada día. Como las tuberías de agua habían sido destruidas por el tifón, centenares de personas dependían de dicho contenedor para el abastecimiento de agua limpia.

Hoy el contenedor ha desaparecido, en su lugar hay un teatro de madera, que fue construido para un festival en agosto. “Tuvimos una fiesta”, dice la Hna. Mary. “Queríamos celebrarlo. Estábamos felices de estar vivos”.

Considerando la hecatombe a su alrededor, a la Hna. Mary le sorprendió el hecho de que la estatua sobreviviera al tifón: “La estatua de la Virgen Madre no tenía ni siquiera un rasguño. Tampoco tuvimos que arreglarle a los angelitos de abajo las narices, ni las orejas. ¿Por qué sobrevivió la estatua?”, se pregunta la Hermana, que luego se vuelve hacia la imagen y le dice: “Mamá María, gracias por guardar la escuela”.

La estatua de la Virgen Madre sobreviviera al tifón. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

La estatua de la Virgen Madre sobreviviera al tifón. Foto por Lukasz Cholewiak/Caritas

Las cañerías de la ciudad ya fueron arregladas y funcionan de nuevo y el proyecto de emergencia para el abastecimiento de agua limpia se ha concluido. Sin embargo, tenemos previsto abastecer de agua a la escuela, con el fin de ayudar a la Hna Mary a ofrecer a los niños las instalaciones necesarias para que se pueden lavar las manos durante la jornada escolar.

Un día mejor

En todas las Filipinas, también estamos trabajando con asociados en la construcción de viviendas permanentes, para ayudar a la gente que lo perdió todo, a poder ganarse la vida y asegurarse de que las comunidades estén mejor equipadas para hacer frente a futuras catástrofes”.

Todavía queda muchísimo que hacer y tendrán que pasar años, antes de que Tanuaun y otras localidades de la isla de Leyte vuelvan a la normalidad. Sin embargo, los cambios registrados en sólo un año son increíbles: son testimonio de la extraordinaria determinación de la gente que vive aquí.

La Hna. Mary me pide que mande un mensaje a los católicos que hicieron generosos donativos: “Lentamente pudimos aceptar y reconstruir”, dice ella. “Lentamente unimos nuestras fuerzas . La energía procede de la gente que nos ha ayudado. Ustedes consiguieron animarnos para seguir adelante. Una vez al mes celebramos una misa para rezar por todos ustedes. Rezamos por todos ustedes y por aquellos que perecieron en el tifón “.

En el escenario, al lado de la estatua, hay un letrero que dice: “Cada día es un día mejor en Tanuaun”. A diez meses de la catástrofe, eso parece ser realidad. La aldea surge llena de esperanza.

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