La familia en tiempos de crisis económica

Cuando yo era niño, en Honduras, mi padre quería que fuera ingeniero mecánico, sin embargo, yo sentí la llamada y me hice sacerdote. Mi padre, que probablemente desde el cielo estará viendo la incertidumbre del mundo de hoy, pensará: “¡Gracias a Dios, él eligió una profesión con seguridad de empleo a largo plazo!”

Ni yo ni mi padre sabíamos entonces, hace 50 años, cuando yo ya estaba en el seminario, que en el tercer milenio no sólo los jóvenes, sino también sus padres, no tendrían ninguna seguridad en el empleo.

A mediados del pasado mes de septiembre, participé en una conferencia organizada por Caritas y el Consejo Pontificio para la Familia para reflexionar sobre cómo la familia puede ser un recurso importante ante la crisis financiera.

Septiembre es tradicionalmente el momento en que, después de las vacaciones de verano, muchos niños y jóvenes vuelven al colegio o la universidad. Sin embargo, para muchos jóvenes de hoy, no solo hay pocos puestos de trabajo disponibles, sino que además, con frecuencia, los contratos que les ofrecen no les permiten construir una vida digna que les consienta comprar una casa y formar una familia.

 Una familia de agricultores de Burundi.

Una familia de agricultores de Burundi. Foto de Isabel Corthier para Caritas International Bélgica

Ya son seis años que la crisis económica proyecta una larga sombra amenazadora sobre las esperanzas y posibilidades de la gente. En estos momentos, el mercado libre ha producido un sector que está en auge: el de la exclusión social. Las 85 personas más ricas del mundo tienen en sus manos tanta riqueza como la mitad de la población mundial.

En este mundo de extremos, algunos jóvenes son afortunados porque incluso consiguen una formación. En los países ricos, como Italia y España, cada vez hay más familias que se dirigen a Caritas buscando ayuda para comprar los libros escolares de sus hijos.

Mientras tanto, en regiones del mundo doblegadas por la guerra, las familias y sus jóvenes sufren robos en sus hogares, sus países, sus esperanzas y sus oportunidades de estudiar. El ochenta por ciento de los refugiados sirios en Jordania son menores de 35 años. Y la gran mayoría de ellos no tienen la oportunidad de ir al colegio, ni en Siria, si en otros países, al ser refugiados.

La herencia que estamos dejando a nuestras jóvenes generaciones es una enorme y chocante contradicción: mientras un grupo exclusivo se hace rico, más allá de sus sueños más ambiciosos, las colas a las puertas de Caritas se hacen cada vez más largas.

Estamos dejando a nuestros jóvenes un mundo con menos estabilidad, menos empleo y menos oportunidades. Un mundo en el que casarse, crear un hogar y una familia se han convertido en sueños lejanos.
A veces, cuando una persona necesita más que nunca tener una familia a su alrededor, para protegerla ante los reiterados golpes que recibe, en estos tiempos de crisis, se encuentra cada vez más sola y aislada. Incluso cuando tiene una familia, con frecuencia, no se siente valorada como parte de la sociedad. Secours Catholique (Caritas France) nos ha informado de que hay padres vulnerables que no tienen a nadie con quien hablar, solo a sus hijos. La inestabilidad financiera y social de la crisis les deja sintiéndose inútiles y sin un lugar en una sociedad de exclusión.

Nuestro mayor desafío en estos tiempos es asegurar que nuestra energía, como individuos y sociedades, se concentre en el bien común, en lugar de en las necesidades individuales.
El Papa Francisco dice en Evangelii Gaudium: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien”.

La Sagrada Familia nos recuerda la importancia de estar juntos en tiempos difíciles. La figura de Jesucristo nuestro Señor nos inspira a salir para ir a cuidar a los vulnerables o a los descarriados.

Las familias de hoy pueden ser reacias a admitir que han fracasado en tiempos difíciles y que necesitan ayuda financiera y afectiva. Como cristianos, necesitamos una “visión con rayos x” que puede penetrar en los corazones de la gente, para reconocer que necesitan una mano. Dentro de nuestras familias, tenemos que estar en guardia y se conscientes de la necesidad de unidad, apoyo y comprensión.

Sobre todo, tenemos que valorar a las familias de nuestra sociedad y ayudarlas para que se den cuenta de que son un recurso enorme de esperanza y los pilares sobre los que se construyen nuestras sociedades.

Con esta reflexión, podemos construir un futuro en el que abracemos a una sola y única familia humana y en la que las puertas de la sociedad estén abiertas a todos. En ese futuro, el capitalismo sería despedido y el amor y la compasión se convertirían en las monedas en circulación en todo el mundo.

El discurso completo del Cardinal Rodríguez está a su disposición   aquí.

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