Irse o no irse: un refugiado hace la pregunta

Miles de personas llegan cada día a Lesbos. Forman parte de una oleada de al menos 430.000 refugiados y migrantes que han cruzado el Mediterráneo hasta Europa, en barcos improvisados, guiados por traficantes de personas. Se registran aquí, antes de tomar un ferry para llegar a Atenas y luego en otros lugares de Europa.

Necesitan refugio, comida, información y asistencia médica. Caritas Hellas (Caritas Grecia) está proporcionando colchonetas, sacos de dormir y otra ayuda en Lesbos, Kos, Chios, en Atenas y en la frontera con la ex República Yugoslava de Macedonia.

Shiar, de 31 años, es un refugiado sirio que viaja a Europa con su familia. Habló con Caritas, en el campamento de tránsito de Kara Tepe, en Lesbos. Comenzó pidiendo disculpas por no tener a disposición una silla para ofrecernos, sólo tenía un trozo de cartón para sentarnos.

Shiar con su mamá y papá en el campo de refugiados de tránsito Kara Tepe en Lesbos. Crédito: Patrick Nicholson / Caritas

Shiar con su mamá y papá en el campamento de tránsito Kara Tepe en Lesbos. Foto por Patrick Nicholson / Caritas

“Estudié literatura inglesa en la Universidad de Alepo, donde me licencié, en 2010. Me puse a enseñar, incluso antes de eso, en escuelas públicas y privadas. Me estaba preparando para hacer un máster. Mirando atrás, tuve la suerte de licenciarme cuando lo hice. Poco después, hubiera sido demasiado tarde. La última vez que estuve en Alepo, fue en 2012. El servicio militar en Siria es obligatorio. Cuando la guerra comenzó, en Daraa, hace casi 5 años, decidí alejarme por un tiempo. Soy kurdo y la cúpula militar no confía en los kurdos, así que estamos siempre en primera línea. Si me capturaba el ISIS, sería ejecutado inmediatamente.

Me fui a Turquía, para esperar y ver qué pasaba en casa. El conflicto se agravó por lo que me quedé allí. He trabajado como profesor de inglés en Estambul. Tenía amigos australianos e ingleses. Ellos me hablaron de Caritas. Me preguntaron si quería donar algo para los refugiados de Siria. Así que llevamos algo de ropa y juguetes a Caritas Turquía.

Mi familia estaba en Aleppo. El año pasado, nuestra calle, en el barrio de Ashrafia, se convirtió en primera línea de combate, entre el gobierno y el Ejército de Liberación de Siria. Mi madre y padre podían ver los misiles pasar volando. Con mis dos hermanas menores, mis padres se fueron, hace 9 meses, a vivir conmigo en Turquía.

La situación en Turquía no era tan buena. Tengo asma y mi padre tiene diabetes. Pero no pudimos conseguir  documentos para tener asistencia médica, por ser “extranjeros”. Ademas, mis hermanas no podían continuar su educación.

Cuando comprendimos lo que estaba sucediendo en Siria, nos dimos cuenta de que era imposible volver. En la televisión, vimos como nuestro distrito quedaba destruido. Fue realmente impactante. Nos dimos cuenta de que tampoco podíamos quedarnos en Turquía, sin nada. Así que decidimos ir a un lugar con mejores derechos.

Hemos solicitado al ACNUR, pero nos dijeron que ya no podían registrar a más refugiados. Mis padres querían un futuro para sus hijos. Dijeron, vámonos en barco a Grecia. Yo estaba asustado, porque había visto en la televisión que mucha gente moría ahogada en la travesía, pero insistieron. Fui con ellos para cuidar de ellos.

El campo de refugiados de tránsito Kara Tepe en Lesbos, donde los sirios y otros refugiados pueden inscribirse antes de pasar en ferry a Atenas. Crédito: Patrick Nicholson / Caritas

El campamento de tránsito Kara Tepe en Lesbos, donde los sirios y otros refugiados pueden inscribirse antes de pasar en ferry a Atenas. Crédito: Patrick Nicholson / Caritas

Mi padre se puso en contacto con algunos traficantes, a través de algunas personas que conocía. Los traficantes eran jóvenes, entre 30 y 40 años. Algunos estaban armados con pistolas y otros con fusiles. Era crueles y dementes.

Viajamos 8 horas en autobús, con unas 45 personas más, hasta llegar a Troya, en la costa. Había sirios, iraquíes, bengalíes y paquistaníes. Cuesta entre  1000 – 1200 USD por persona todo el viaje.

Pasamos allí una noche, luego caminamos unos 90 minutos por la costa y subimos al barco por la mañana. Había unas 52 personas en un barco de 8 metros de largo por 3 de ancho. Los traficantes se quedaron en la orilla. Habían adiestrado a uno de los pasajeros para que llevara  el barco y le permitieron viajar gratis.

Estos barcos están realmente desvencijados. A bordo, no me lo podía creer que me había arriesgado a hacer aquel viaje, pero mis padres habían insistido. El motor se detuvo tres o cuatro veces. No teníamos GPS, ni un teléfono para pedir ayuda. Las mujeres y los niños lloraban. Sentí que íbamos a morir. Tratamos de calmar a los niños. Y el hombre que guiaba el barco consiguió arreglar el motor. Tuvimos mucha suerte. Cuando llegamos a la costa griega, estábamos muy contentos. Era como si hubiera comenzado una nueva vida. Mi primer paso en Europa lo sentí como una esperanza.

Luego caminamos. Pasamos mucha sed. Los contrabandistas no nos dejaron llevar agua a bordo. Yo les dije: ¿por qué no embarcar menos gente, así  tenemos espacio para el agua?, pero ellos eran demasiado codiciosos. Así que después de estar en el barco, bajo el sol durante horas, necesitábamos encontrar agua.

Ya este año, casi 200.000 personas han pasado por la isla griega de Lesbos. Crédito: Patrick Nicholson / Caritas

Ya este año, casi 200.000 personas han pasado por la isla griega de Lesbos. Crédito: Patrick Nicholson / Caritas

Las malas condiciones no me molestan. Yo no esperaba lujo, una cama o alimentos. Cuando llueve hace frío, pero se sobrevive. Es un campo de refugiados, ya sabes – un campamento para personas que van y vienen. Tenemos billetes para el ferry de Atenas, pero a causa de la aglomeración, no podremos partir hasta dentro de un par de días. Vamos a ir a Atenas y luego hasta la frontera con Macedonia. Algunos tienen como objetivo llegar a Suecia y otros a Alemania. No importa, me da igual.

Si yo fuera alemán, podría molestarme tener que acoger a todas estas personas, sólo porque nuestra economía es el número uno. Otros países deben compartir la carga. La crisis de refugiados sólo va a empeorar. Es demasiado tarde para que Europa pueda detener todo esto. Hay 2 millones de sirios en Turquía, más de un millón en el Líbano y más de un millón en Jordania: son imparables.

Hay que poner fin a la crisis en Siria, pero han perdido la ocasión de hacerlo. Ahora la situación es muy  complicada. Hay demasiadas facciones. Para minorías como la kurda, una dictadura sería mejor que una  “democracia” islámica. Detener el flujo de armamento sería una manera de detener el sufrimiento.

Vivíamos en la hermosa localidad de Aleppo. Cuando la situación mejore, me gustaría volver. Quiero estudiar neurolingüística, para poder ayudar a la próxima generación a aprender lenguas extranjeras con mayor facilidad y rapidez.

Pensando en mis estudios, me viene en mente el personaje de Volpone, de Ben Johnson. También las obras de Shakespeare, Macbeth y Antonio y Cleopatra. “Ser o no ser” sería probablemente la cita más adecuada, aunque  prefiero pensar en el Soneto 18 de Shakespeare: “¿He de compararte con un día de verano/ tú eres más encantadora y más delicada / vientos feroces agitan los adorados capullos primaverales/y la vida del estío no será larga”.

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