La ruta de la desolación, un año después a Nepal

De vuelta a Nepal como miembro del equipo de Caritas Internationalis, un año después de los dos seísmos que dejaron 9000 víctimas en 2015, tomo la nueva autovía Araniko Highway, que conduce a la frontera tibetana, a 150 kilómetros al noreste de Katmandú. La carretera ha sido despejada, los escombros se han amontonado en los bordes de la carretera, las casas, destruidas por los desprendimientos a unos mil metros de montañas por encima de nuestras cabezas han sido abandonadas. Pero en medio de ese paisaje que puede parecer irreal, la vida ha retomado su curso y los comercios han vuelto a abrir, prácticamente como si no hubiera pasado nada.

Este ambiente cambia completamente a partir de la aldea de Tenteli, a una hora de la frontera. Hago una parada de una noche aquí porque quiero encontrar al hombre que aparece en esta foto, a quien tanto he tenido en mente durante un año: en la foto, el hombre está en cuclillas y aturdido, con la mirada fija en el marco azul de la puerta de su casa, que ha quedado reducida a polvo. Subo hasta la aldea y les muestro su foto a los habitantes, que me indican dónde está la casa de Nawang Tamang. Nawang no está en la aldea, ha ido a Gati, a una hora de aquí, para visitar a su yerno que está enfermo. Vuelvo al día siguiente pero, a las 8:00, Nawang todavía no ha vuelto. Pienso entonces en volver al final del día y decido retomar mientras tanto la ruta que lleva a la frontera.

Foto de Nawang Tamang tomada días después del terremoto (arriba) y un año después (abajo).

Foto de Nawang Tamang tomada días después de los seísmos (arriba) y un año después (abajo). Foto de Matthieu Alexandre / Caritas

En el camino de vuelta me encuentro a Nawang y acepta hablar conmigo. Nació en la aldea, al igual que su padre. Nawang había construido su casa 35 años antes, para dejársela a sus nietos. De esta, como de otras casas del lugar, no queda nada. Solamente 3 de las 120 casas que había han resistido los seísmos. Nawang está casado, doblemente. Su primera mujer no podía tener hijos así que se casó con la hermana menor de esta, como establece la tradición, sin por ello separarse de la primera. Se puede ver que todavía siente un auténtico afecto por ella. Se le enturbia la mirada cuando recuerda su muerte. El 25 de abril la casa se le derrumbó encima. Evacuada en helicóptero a Katmandú, murió a causa de las lesiones 12 días más tarde.

En las semanas sucesivas al seísmo, el pueblo recibió alimentos, kits de higiene, semillas de trigo, para su seguridad alimentaria antes de la cosecha del arroz, y láminas de chapa onduladas para que se construyeran un refugio temporal. El gobierno ha dado 250 00 rupias nepalíes a cada familia (un poco menos de 300 dólares).

Un poco más al sur, a la aldea de Taukharpa, acudió Caritas para ayudar y estar al lado de los habitantes de la localidad. Las láminas de chapa ondulada les han permitido construirse refugios provisionales. Se les han distribuido semillas de trigo y lechugas que les permiten sobrevivir mientras esperan la próxima cosecha de arroz. Me asombra la resistencia que han mostrado las personas con las que me he encontrado. La expresión nepalí “KeKarné?”, que se puede traducir como “¿Qué hacer? ¡Es así!”, refleja bastante bien el fatalismo de esta gente. Sin embargo, aunque mucho demuestran un gran valor frente a este golpe del destino, al cual sucedió, no lo olvidemos, un boicot sobre el gas y el petróleo por parte de los vecinos indios durante los cuatro meses de invierno, todos los habitantes piden que les reconstruyan sus casas en lugar de que les den dinero.

Pueblo de Tenteli donde vive Nawang Tamang.

Pueblo de Tenteli donde vive Nawang Tamang. Foto de Matthieu Alexandre / Caritas

En el momento en el que me encuentro mandando mis fotos a Europa, un sonido sordo me sobrecoge, mi sillón empieza a vibrar: una réplica de 4,5 en la escala Richter, el epicentro se sitúa a 6 kilómetros al sur de la aldea, en Patan. Es la réplica más violenta que he vivido, y la más violenta que parece ser que ha habido desde hace un año, sin comparación con las otras 12 que se sintieron el año pasado entre los dos terremotos. Mi amigo Pramod, en cuya casa me alojo, se precipita hacia el salón y viene a buscarme: “Hay que salir, ¡rápido!”. Bajamos rápidamente las escaleras, sin tiempo de llevarnos ningún efecto personal. Pramod se para en medio de la escalera, a unos metros de la puerta que da al patio: “Está bien, ha parado”, dice. “Hacía mucho que no había una tan fuerte”, afirma. “Y además, ha sido bastante larga, lo suficiente para que hayamos tomado la decisión de salir. Normalmente ya casi no reaccionamos”, me explica. “Sí, siempre se crea un silencio en las conversaciones pero ¡no corremos cada vez que ocurre! Sin embrago, esta vez ha durado unos buenos 4 o 5 segundos. Es mucho, te lo aseguro, hay tiempo para darnos cuenta de qué está pasando… y de qué podría pasar si no reaccionamos rápido”.

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