La pobreza y el conflicto en Myanmar agravan el tráfico de personas

El Papa Francisco ha sido el primer pontífice en visitar Myanmar en los 500 años de cristianismo en el país. El Papa trajo consigo un mensaje de paz para que la gente pueda “construir armonía y cooperación al servicio del bien común”.

El conflicto entre los grupos armados militares y los de origen étnico en Myanmar ha dejado al país sumido en la pobreza y a la población expuesta a la explotación, especialmente al tráfico de personas.

“Cada año – decía el Papa Francisco en julio – miles de hombres, mujeres y niños son víctimas inocentes del tráfico sexual y de órganos, y parece que nos hemos acostumbrado a considerarlo como una cosa normal”. En cambio, el Papa, en lugar de verlo así, describió el tráfico de personas como “feo, cruel y criminal”.

Leer la declaración de Caritas Internationalis sobre el Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud, que se celebra el 2 de diciembre.

Patrick Nicholson informando desde Myanmar.

Matrimonio forzado en China

Ja Ittoi sufrió el tráfico de personas, siendo llevada a China y forzada a contraer matrimonio. Antes ya había sido expulsada de su hogar como consecuencia del conflicto en el Estado Kachin. Fotografía de Patrick Nicholson/Caritas

“Mis amigos me trajeron a China. Me prometieron que pagarían todo”, cuenta Ja Ittoi. Esto ocurrió en 2014, cuando Ja tenía 21 años. “Dijeron que serían unas vacaciones”.

Ja vivía con su familia en un campamento en el Estado Kachin, al norte de Myanmar. Los enfrentamientos entre el ejército del Gobierno y los guerreros de Kachin les habían obligado a huir de su localidad en 2012. “Sólo cuando oímos los disparos nos dimos cuenta de que los militares estaban atacando”, explica. “Quemaron todo el pueblo”

La familia de Ja llegó así a un campamento establecido en una propiedad de la Iglesia Católica cerca de Myitkyina. “Al principio no había nada, pero pronto recibimos refugio, alimentos y agua”, cuenta. El campamento está respaldado por Caritas, con todas las necesidades básicas cubiertas. Sin embargo, es difícil encontrar empleo en la zona y la vida en el campamento puede llegar a ser monótona.

Fue por ello que Ja realizó el viaje turístico organizado por sus amigos a China, con su hija recién nacida. “Mis amigos me llevaron a la casa de un hombre. Me dijeron que tenía que casarme con él”, explica Ja. “Les supliqué que me dejasen marchar, que tenía un bebé. Se encontraba confusa y en shock y, mientras tanto, el hombre y su familia la secuestraron y la forzaron a contraer matrimonio con él.

Ja Ittoi haciendo artesanía tradicional en un programa de ayuda al empleo respaldado por Caritas en Kachin, Myanmar. La falta de trabajo está incrementando la migración y el tráfico de personas. Fotografía de Patrick Nicholson/Caritas

“La vida era horrible”, cuenta Ja. “Tenía que trabajar en el campo. Si me quejaba, no me daban de comer o me pegaban. Si pedía comida porque era lactante, me golpeaban”. El hombre la drogaba, la utilizaba en sus apuestas y le pegaba con un palo. “Era un acoso verbal y físico constante”, dice.

A pesar de que no tenía dinero y de que la familia le había confiscado su pasaporte, tras 11 meses Ja logró escapar. Huyó a medianoche con su hija y encontró ayuda para volver a Myanmar gracias a una amable pareja y a un servicial conductor de autobús.

La dura experiencia no había terminado. Los ‘amigos’ que la habían vendido aún vivían cerca. La presionaron para que regresara, ofreciéndole dinero, pero como eso no funcionó, lo intentaron amenazándola. Después apareció su antiguo captor. “Le abofeteé la cara. Preferiría morir antes que volver”, dice. “Ya no tengo miedo”.

A Ja le preocupa que haya gente en una situación tan vulnerable como la que sufrió ella. “Cada vez que pienso en aquella época me pongo enferma. Les aconsejo a mis amigos que no se vayan, que no confíen en nadie, ni si quiera en sus amigos o familiares más cercanos, porque quizás acaben siendo vendidos”.

No al tráfico de personas

Myanmar promulgó una Ley antitráfico de personas en 2005. La ley penaliza todas las formas de tráfico sexual y laboral. En su informe sobre el tráfico de personas de 2016, el gobierno de EEUU concluyó que Myanmar había realizado algunos progresos, pero advertía de que el comercio de esposas en China estaba creciendo.

La política del hijo único en China y los abortos selectivos en función del sexo son la causa de que ahora haya 30 millones más de hombres que de mujeres en el país. Los precios de dote en el caso de las mujeres de Myanmar son bajos y el resarcimiento legal es difícil de conseguir.

Formación en materia de protección infantil para los residentes de un campamento en Kachin, Myanmar, respaldada por Caritas. Fotografía de Patrick Nicholson/Caritas

“Se espera que las mujeres que son forzadas a casarse den a luz a un niño varón”, dice Sor Jane Nway Nway Ei, quien coordina los programas antitráfico de Caritas y de la Iglesia de Myanmar. “Si tras dar a luz a tres hijos no han tenido un varón, son vendidas de nuevo a otros hombres”.

“No hay empleo, la gente se ve obligada a abandonar su tierra como consecuencia del conflicto, la corrupción o los desastres naturales. Los costes de vida están aumentando – continua Sor Jane –, de manera que la gente está abierta a cualquier oferta de trabajo y no conoce los riesgos que existen”.

Los trabajadores de Caritas intervienen en la comunidad formando a la población local para que puedan a su vez crear conciencia. “No intentamos persuadir a la gente para que no emigre, sino que tratamos de asegurarnos de que la migración es segura”, explica Sor Jane. Caritas ha asistido a 10.500 personas en 2017, con cuatro desplazamientos al año a cada una de las comunidades que visitan.

Traicionada en Tailandia

“Me quedé huérfana de niña y me criaron mis parientes”, dice Moe, de Yangong. “Tuve que trabajar en la construcción y en el mercado para pagarme los estudios. A los 16 años, me concertaron un matrimonio con un hombre rico mayor que yo”.

Fue un matrimonio abusivo. “Él me torturaba”, recuerda. Se divorciaron cuando ella tenía 21 y su familia se negó a acogerla de nuevo. Por aquel entonces, ella tenía dos hijos pequeños. “Nadie me daba un trabajo teniendo dos niños. Me vi obligada a mendigar por las calles”, cuenta Moe.

Una mujer de una agencia de empleo se acercó a ella. “Era amable, me prometió un trabajo en un hotel y que alguien cuidaría de mis hijos”. La mujer se la llevó al sur del país. Cuando llegaron no se trataba de un hotel, sino de un prostíbulo.

“Me quedé en shock cuando me pidieron que entretuviera a los hombres. Les rogué que me dejaran hacer otra cosa”. La joven madre estaba atrapada. “Mi habitación estaba en el tercer piso, si hubiese saltado por la ventana probablemente habría muerto”, dice. “Intenté escapar muchas veces”.

John Mung, de 20 años, fue a trabajar a un “bar de noodles” en China. En lugar de eso, fue retenido en una habitación durante un mes. Su familia consiguió su liberación después de que él se las ingeniase para mandarles un mensaje. Fotografía de Patrick Nicholson/Caritas

Tenía que entretener a entre 5 y 15 hombres por noche, sin descanso. Nunca le pagaron. Nunca envió dinero a casa. La agencia de reclutamiento le había entregado a sus hijos al padre, diciéndole a éste que Moe estaba disfrutando de su trabajo como prostituta.

“Me dije a mí misma que sobreviviría, incluso cuando me sentía débil y cansada”, cuenta. Más tarde, fue vendida a un prostíbulo en Tailandia por 800 $, donde trabajó durante cuatro meses, pero hizo amistades con un policía, quien organizó su liberación.

Moe trabajó para él como asistenta, pero cuando también este dejó de pagarle su sueldo comenzó a trabajar en la construcción. Sin embargo, en lugar de pagarle a final del mes, el propietario de la obra llamó a la policía para denunciar que era una inmigrante ilegal. Fue encarcelada en una prisión de Tailandia, con “tres tazas de agua con las que lavarte al día, castigos de 100 saltos y, si te levantabas de noche, una paliza”. Puesta en libertad después de un año, finalmente pudo regresar a Myanmar.

Allí se volvió a casar. La pareja era muy pobre. “Soñaba con una máquina de coser y con tener mi propia tienda”, cuenta Moe. “Me encontré con una vieja amiga de la infancia en la calle. Fue increíble verla. Me dijo que podría conseguirme trabajo en el país”, cuenta.


Un campamento de desplazados internos en Kachin. El conflicto en Myanmar ha provocado que 250 mil personas hayan sido desplazadas de sus hogares. Hombres, mujeres y niños son vulnerables al tráfico de personas. Fotografía de Patrick Nicholson/Caritas

En contra de las objeciones de su marido, se marchó con su amiga. “Iba drogada a la salida de Yangon”, cuenta Moe. “Cuando recobré la conciencia estaba en China. Unos agentes me llevaban por ahí, de calle en calle, intentando venderme”.

Ella corrió con otra chica, fue arrestada por la policía, golpeada y devuelta a los agentes. “Fue entonces cuando supe que no había escapatoria”. Tras unos cuantos de días, fue vendida por 650 $. “Cuando el hombre me llevó a casa me derrumbé. Lloraba todos los días. Estaba desesperada”, dice. “Me llevó al cine para animarme. Fui al baño y escapé”.

Moe fue a la policía. Su marido, sospechando que había sido víctima del tráfico de personas, ya había contactado con ellos y con organizaciones antitráfico, de manera que pudieron seguirle la pista. Fue llevada a Myanmar y liberada. Ahora vive en Yangon, pobre, pero sobreviviendo.

“Las chicas jóvenes necesitan una educación y unas destrezas para la vida. Tienen que aprender sobre el tráfico de personas y los peligros de la migración para evitar tener una vida como la mía”.

Caritas Myanmar es miembro de COATNET

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