Un paseo por la Calle de la Amargura en Nepal

Nepali people do not need a visa to India and can enter India via rural border crossings like this one. Sometimes a male trafficker may pretend that the girl he is taking into India is his wife, so that border guards do not question the couple. Credits: Laura Sheahen/Caritas

Nepali people do not need a visa to India and can enter India via rural border crossings like this one. Sometimes a male trafficker may pretend that the girl he is taking into India is his wife, so that border guards do not question the couple.
Credits: Laura Sheahen/Caritas

Por Laura Sheahen 

“Mi padre me vendió a un hombre cuando yo tenía 13 años”. Harimaya, que ahora tiene 16 años, está sentada a la orilla de una calle de tierra, al occidente de Nepal, y se asegura de que sus compañeras de clase, que andan cerca, no la puedan escuchar. “Mi padre tiene VIH. El hombre al que me vendió también estaba infectado con VIH”.

En medio de la polvareda, Harimaya se pone su pañuelo en la cabeza y se lo sujeta cada vez más fuerte mientras habla. “Tuve que vivir con él, cocinar y limpiar para él”, continúa diciendo. “Pero yo no quería. Un día, me escapé”.

Esta aldea es una de las tantas en Nepal, un país profundamente empobrecido al noreste de India. Se ve adormecida; las vacas y las cabras rumian el forraje y los agricultores acarrean las verduras que han cosechado. Pero en un radio de medio kilómetro, en tan sólo una tarde, un paseo por las calles de esta aldea muestra los peligros de Nepal. En áreas rurales sumidas en la pobreza, jóvenes y adultos son vendidos todo el tiempo.

Rondando a lo lejos está una adolescente llamada Puja, que fue quien trajo aquí a Harimaya en su bicicleta color rosa brillante. Hace unas semanas, Puja y otra amiga conocieron a un hombre que las convenció para que cruzaran la frontera entre India y Nepal, que queda a media hora.

Un poco más allá, en la calle de tierra, como a 200 pasos, se encuentra un joven de 21 años que ha vuelto de Malasia, en donde trabajó fabricando muebles durante meses sin recibir ninguna paga. Él todavía está tratando de repagar el dinero que prestó para pagarle a la agencia de empleo que le consiguió el trabajo.

Los “agentes”, gente que les promete buenos trabajos en el extranjero, merodean cerca de la frontera con India en busca de aldeanos nepalís. Otros, especialmente las adolescentes, son abordadas por “amigos de la familia”, que a menudo el ofrecen un emocionante viaje a la India.

A Harimaya no la vendieron muy lejos. Antes de escaparse, ella seguía en Nepal con el hombre que la compró; quizás él creía en el mito de moda: que tener sexo con una virgen cura el VIH. Es probable que el hombre que incitó a Puja y a su amiga a cruzar la frontera tenía pensado venderlas a un burdel en India, o a un hogar particular para trabajar como domésticas sin recibir sueldo. Rabindra, el joven que fabricaba muebles, fue quien viajó más lejos. Antes de irse había juntado €2000 para pagarle a la agencia que lo envió a Malasia.

Sushila, a teenage girl in western Nepal, has a minor physical disability and is not treated well by her stepmother. Caritas pays her school fees so that her family will keep her in school. Girls who drop out are more vulnerable to sex traffickers.  Credit: Laura Sheahen/Caritas

Sushila, a teenage girl in western Nepal, has a minor physical disability and is not treated well by her stepmother. Caritas pays her school fees so that her family will keep her in school. Girls who drop out are more vulnerable to sex traffickers.
Credit: Laura Sheahen/Caritas

“Me dieron una tarjeta de embarque justo antes de que el avión despegara y me dijeron: ‘firma este contrato'”, recuerda Rabindra. “Era para otra empresa, no para la que nos habían dicho”. Él pasó varios meses fabricando muebles, pero la agencia nunca le pagó. “El trabajo era arduo. Y los chinos nos pegaban con un palo porque no trabajábamos tan rápido como ellos”.

Rabindra es un joven culto. Sentado en un chiringuito donde se vende té a la orilla de la calle, ayuda a un niño con sus deberes. Rabindra sabe que lo engañaron y se siente avergonzado por ello. Pero también está furioso con la agencia, a la que no pudo llevar a los tribunales debido al contrato que firmó en el último minuto.

La gente en Bardiya, esta región de Nepal, sabe un poco sobre la trata de seres humanos: el crimen de comprar y vender seres humanos. Sin embargo, desconocen los trucos que los traficantes pueden usar, y están tan desesperados por salir del callejón sin salida que representan sus aldeas, que están dispuestos a correr el riesgo.

La mujer que prepara el té en la choza es un ejemplo de por qué la gente se quiere ir: la falta de empleo y de un futuro saca a relucir lo peor de la gente. “Me esposo me pegaba y me echó encima agua hirviendo”, dice. Él huyó a la India. Ella, con la ropa pegada a las heridas, se subió a un autobús para ir en busca de tratamiento médico. “Las quemaduras en su cuerpo eran realmente serias”, dice un hombre en el chiringuito de té, asintiendo con la cabeza. Unos minutos después, una joven madre llamada Rina llega al chiringuito. Miembros del personal de Caritas están trabajando en su caso: luego de numerosas amenazas, su esposo trató de estrangularla con su pañuelo y la dejó por muerta. Rita tiene fotos en donde se pueden ver las marcas que el pañuelo le dejó en el cuello; cuando la policía la encontró tirada en el suelo, inconsciente, sólo se dieron cuenta que estaba viva porque movió los dedos.

Un poco más allá, en la misma calle, hay otro ejemplo de por qué es que la gente se quiere ir. Niños acuclillados cerca de promontorios de barro mezclado con paja cogen puñados de la mezcla y los echan en moldes rectangulares. Ganan alrededor de €1,50 al día haciendo ladrillos, aspirando el áspero polvo que les rasga la garganta y los párpados, y que no se quita parpadeando.

La desesperanza de las aldeas hace que la gente esté dispuesta a probar casi cualquier cosa. Sin embargo, a pesar de lo sombría que puede ser la vida para una adolescente en una aldea, es mejor que la vida como doméstica-esclava, o años de prostitución forzada. Es por ello que cuando alguna de las chicas desaparece, las organizaciones de beneficencia tratan de encontrarla lo antes posible.

En algunos casos, los trabajadores(as) sociales de Caritas literalmente salen a la caza de la gente. Al ver que Puja y su amiga, Ranjula, no habían vuelto a casa, la madre de Ranjula contactó con una contraparte de Caritas. El personal se unió a la familia de Ranjula, utilizando los mensajes crípticos del teléfono móvil del traficante para triangular la ubicación de las dos adolescentes. “Me sentí aliviada cuando Manju y Som nos ayudaron” dice la madre de Ranjula, refiriéndose a las contrapartes de Caritas. “Sospechábamos que él podía vender a nuestra hija en India. No sé si hubiéramos podido encontrarla sin su ayuda”. Luego de descubrir a las dos chicas en una parada de bus en un camino rural, la familia y las contrapartes de Caritas corrieron tras ellas por un bosque cercano y las trajeron de vuelta.

Thirteen-year-old Sweta is an orphan being raised by relatives. Caritas Nepal pays for her to go to school. When she and her school friends listen to the radio, they hear a Caritas radio “jingle” warning them about trafficking. Credit: Laura Sheahen/Caritas

Thirteen-year-old Sweta is an orphan being raised by relatives. Caritas Nepal pays for her to go to school. When she and her school friends listen to the radio, they hear a Caritas radio “jingle” warning them about trafficking.
Credit: Laura Sheahen/Caritas

Caritas trata de ofrecerle otras opciones a gente que se encuentra bajo riesgo, otorgándoles pequeños préstamos a las mujeres pobres. Lakshmi, la víctima de quemaduras que puso el chiringuito de té gracias a un préstamo, es una de ellas – gracias al chiringuito ella puede alimentar a sus hijos. A un nivel más general, Caritas Internationalis está exigiendo mejores leyes para proteger a gente vulnerable contra la trata de seres humanos y las migraciones engañosas – y una mejor ejecución de dichas leyes.

De vuelta en la aldea, Caritas también paga las colegiaturas de adolescentes propensos a dejar la escuela o a aceptar ofertas de trabajo sospechosas. A unos cuantos pasos del chiringuito de té, se encuentran Sonam y Sweta, dos chicas de 13 años que no tienen padre. La madre de Sonam tiene VIH y ambos padres de Sweta han muerto. “A ella no la traficarían para ir a un burdel, no es el tipo que buscan”, dice un empleado de Caritas refiriéndose a Sonam: el color de la piel es importante para los clientes de un burdel, si eres muy oscura no eres lo que el mercado quiere. “Pero pueden ser traficadas para trabajar como domésticas”.

Caritas está ayudando a que sigan en la escuela. Caritas está haciendo lo mismo por Harimaya, que ahora vive con otros parientes, no con el padre que la vendió. Caritas tiene programas de radio en una estación que Sonam y Sweta escuchan, advirtiéndoles que tengan cuidado y no acepten ofertas de extraños.

Sin embargo, en un lugar en donde los propios miembros de tu familia o los vecinos son capaces de venderte, la batalla contra la trata de seres humanos y la explotación es de nunca acabar. A pocos metros del chiringuito de té, una chica fue vendida y un chico cayó en la trampa y fue obligado a trabajar en servidumbre. Dos mujeres casi murieron a causa de los abusos. Otras dos chicas casi fueron atrapadas.

Los aldeanos que fueron engañados y lesionados tienen unas cuantas cosas a su favor: escaparon. Muchos no logran hacerlo. Todos ellos saben bien a qué peligros se pueden enfrentar. Muchos no lo saben. Y todos ellos tienen una segunda oportunidad para aprovechar su libertad, por limitada que sea, para forjar una vida mejor. Harimaya recuerda lo que sintió cuando se subió a un “rickshaw” (cochecito tirado por un hombre) huyendo del hombre con VIH que la estaba usando. “Tenía mucho miedo, pero también me sentía muy contenta”, dice. “Sentí que era libre”.

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