Testigo de la hambruna en Venezuela

Por Suzanna Tkalec, Directora Humanitaria de Caritas Internationalis

La primera vez que la vi fue en el chequeo médico de madres en situación de hambre, y de niños aún más hambrientos, que estaba llevando a cabo Caritas Venezuela en Santa Lucía. El personal sanitario pesaba a los niños, comprobaba su estatura, medía la descendiente circunferencia de sus escuálidos brazos, mientras ella estaba allí sentada, sin fuerzas. Como una niña que se ha quedado en un suspiro, Angelys, de cuatro años, no pesaba más de 9 kilos (18 libras), exactamente lo mismo que su hermana de dos años, Bárbara.

Con un llanto frágil y exhausto, Angelys repetía una y otra vez la palabra “mango” mientras se tocaba la cabeza. Confusa, me acerqué a ella y la cogí en brazos para calmarla. “Mango, mango, mango”, gimoteaba con una voz que apenas tenía fuerza. Vi que le faltaban mechones de pelo y que tenía el cuerpo lleno de edemas, signos ambos de una severa desnutrición. Su madre nos dijo que estaba pidiendo más mango – lo último que había comido hacía más de dos días.

Suzanna Tkalec, jefa del Departamento de Respuesta Humanitaria de Caritas Internationalis, consuela a Angelys, una niña de cuatro años que sufre desnutrición aguda. Fotografía: Caritas Venezuela.

Mientras sostenía a Angelys, pensaba en otros niños de cuatro años que conozco, sus regordetas mejillas, su tendencia a hacer travesuras, sus risas espontáneas. Pensaba en otras situaciones de emergencia en las que he trabajado, los campamentos de refugiados, las ciudades formadas por tiendas de campaña, y cómo incluso en esas circunstancias los niños venían a mí para que jugáramos a cosas que improvisábamos, como el escondite o el pilla-pilla.

Aquí en Santa Lucía, una zona que a pesar de todo no ha sido la más fuertemente azotada de Venezuela, la infancia de Angelys se ha visto privada de juegos y reducida a la única palabra que me ha tenido obsesionada durante mucho tiempo desde que me fui: “mango”.

La incontrolable inflación extendida por todo territorio de Venezuela llegó al 2 735 por ciento en diciembre de 2017, de acuerdo con el parlamento venezolano. Los sueldos que una vez cubrieron las necesidades básicas de un hogar ya no son suficientes para cubrir los costes de alimentación de una familia. Un kilo de harina, si es que puede encontrarse, puede llegar a costar el equivalente al sueldo de una semana.

Se puede notar el impacto en la reducción de la cintura de muchos venezolanos – solo en el pasado año, tres de cada cuatro perdieron una media de 9 kilos (19 libras). Mientras los baremos siguen registrando pesos más y más bajos, la única cosa que parece ir en aumento es el número de personas que viven en una situación de pobreza – el 82 por ciento de la población.

Un niño es examinado por una encargada de control médico en una de las revisiones nutricionales. Fotografía: Caritas Venezuela.

Cada mes crece el número de casos de niños desnutridos registrado por Caritas. Más de dos tercios de los niños examinados presentó signos de desnutrición y, tristemente, casos graves como el de Angelys no son algo fuera de lo común. Como jefa del Departamento de Respuesta Humanitaria de Caritas Internationalis, yo estaba familiarizada con las estadísticas, para lo que no estaba preparada era para la gravedad de su impacto.

Sostuve a Angelys meciéndola, con su pequeño cuerpecito que apenas rellenaba la camisa que llevaba puesta. “Mango, mango, mango”, repetía mientras se sostenía la cabeza con las manos. Tanto ella como su hermana fueron ingresadas esa misma tarde para recibir alimentación terapéutica – un pequeño alivio para su desesperada madre, que puede ahora centrarse en alimentar a sus otros tres hijos.

Durante mi visita, sentí como si cada cosa que tocase se estuviera derrumbando de una u otra manera. No solo los estantes de las tiendas de alimentación estaban vacíos, sino también los del hospital, desprovistos de los suministros médicos necesarios. La falta de fármacos ha llevado a la reaparición de enfermedades que ya llevaban tiempo erradicadas en Venezuela, como la malaria, la difteria y la tuberculosis. También las familias, exhaustas en su intento por conseguir alimentos, difícilmente gastarán sus recursos en una pastilla de jabón, que sería quizás una de las mejores maneras de defensa contra la propagación de enfermedades. Desafortunadamente, esas mismas familias tienen un elevado riesgo de caer enfermas debido a la pobre alimentación.

Caritas Venezuela está trabajando para aliviar el sufrimiento. Lo vi en los humeantes cuencos de comida casera servidos con cariño en las “ollas comunitarias” (comedores populares comunitarios), que prestan servicio en más de 400 parroquias. Lo vi en el cuidado compasivo con que los encargados de las revisiones médicas pesaban y observaban a los niños. Lo vi en la lucha firme del personal de Caritas por organizar misiones médicas y trabajar por mantener una reserva mínima de medicamentos en los centros sanitarios de las parroquias.

El número de voluntarios se ha visto duplicado respecto al año pasado. Las llamadas “ollas comunitarias” ofrecen comida caliente y ayudan a completar la dieta de las familias. Fotografía: Caritas Venezuela.

Con cada acto de compasión la Iglesia no solo está alimentando cuerpos, sino también alimentando la esperanza. A pesar de las dificultades, los venezolanos tienen un deseo palpable por ayudarse unos a otros. En los últimos siete meses, el número de voluntarios de Caritas se ha duplicado de 10 000 a 20 000. La gente pasa muchísima hambre y se ve económicamente ahogada, pero tienen a la vez un inmenso deseo de ofrecer su propio tiempo y esto es algo digno de admiración.

Me fui de allí con una mezcla de sentimientos. Normalmente, consigo dejar mis sentimientos a un lado tras visitar una zona de emergencia, pero no ocurrió así esta vez. Venezuela no está en guerra, ni ha sido azotada por un desastre natural. En un país de renta media con grandes perspectivas en cuanto a sus incrementos y abundancia de petróleo, la propagación del hambre no debería ser la norma.

Sabemos lo que hay que hacer para aliviar el sufrimiento: campañas de asistencia alimentaria, atención médica, agua, saneamiento e higiene. Lo que nos falta es que se nos permita acceder al terreno para hacerlo. Incluso en países como Siria o Sudán del Sur, podemos ofrecer atención y tratamientos que salvan vidas a aquellas personas que lo necesitan. No deberíamos aceptar menos para nuestros hermanos y hermanas venezolanos.

No he perdido mis esperanzas respecto a Venezuela. Me entusiasmo cada vez que veo cómo un voluntario, pese a los desafíos constantes, ofrece su ayuda al prójimo. Me entusiasmo viendo a aquellos que forman parte del personal de Caritas, quienes a menudo trabajan teniendo sus propios estómagos vacíos.

Y me entusiasmo con un vídeo de Angelys que recibí la semana pasada. Su inolvidable súplica por un mango había sido reemplazada por una risa proveniente de un estómago lleno y una sonrisita tímida propia de las niñas de su edad. Vi el video una y otra vez. Pudimos salvar a esta pequeña niña de las garras de la muerte y devolverle su infancia. Necesitamos seguir con esta labor.

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