Dos años de guerra en Ucrania. Madre e hija juegan a “La vida es bella”

Érase una vez, en un país donde las risas se mezclaban con las lágrimas y la esperanza brillaba, incluso en los momentos más oscuros, una niña ucraniana llamada Milana. Ella era una niña alegre y bonita, con unos ojos brillantes que albergaban galaxias de curiosidad y asombro. Su risa contagiosa resonaba por los pasillos del Centro de Día para la Infancia de Caritas Austria en Konotop, alegrando la vida a todos aquellos que tenían el privilegio de conocerla.

A Mila le gustaba especialmente el yogur, y sus ojos se iluminaban como estrellas cuando le ponían delante un cuenco del cremoso manjar. Para la pequeña, el simple placer de comer yogur era un símbolo de esas pequeñas alegrías que consiguen brotar incluso en medio de las dificultades de la vida.

Milana, de Ucrania.

La madre de Milana, Tanya, era la guardiana de la infancia de su hija, la protectora de sus sueños frente a la dura realidad que la vida les imponía. Como a cualquier madre, a ella le partía el corazón pensar que su hija sufría por los horrores de la guerra que asolaba su tierra. Por eso, la tarea constante de Tanya era protegerla de la tormenta exterior, crear un refugio cálido y seguro para ella en medio del caos.

En estos días turbulentos, Tanya se planteaba una pregunta profunda: ¿Cómo explicar a una mente joven e impresionable qué es la guerra? Con creatividad y amor sin límites, Tanya recurrió al poder del juego. En el silencio de la noche, emprendían un caprichoso viaje jugando al “escondite”, buscando refugio en el lugar más cercano cuando se cernía un peligro imaginario.

Otro juego favorito era “La gran aventura del tren”, en el que Tanya y Milana simulaban que viajaban a tierras lejanas. En voz baja, la madre enseñaba a su hija las reglas del juego: ahorrar agua y comida, esconderse en la oscuridad, moverse en silencio como pasajeros en una misión secreta. En estos juegos inverosímiles, Tanya tejía suavemente lecciones de preparación y resistencia, convirtiendo una dura realidad en un extraño reto que la niña aceptaba con entusiasmo.

La agridulce verdad era que, mientras Tanya protegía el corazón de Milana con estos juegos, ella misma cargaba con el peso del dolor, el miedo, la confusión y la tristeza que inundaban su mundo. Sin embargo, Tanya albergaba la esperanza de que esos juegos protegieran la delicada psique de Milana y le permitieran sentir un poco más la alegría de la infancia.

Centro de día para niños de Cáritas Austria.

Tanya sabía que sólo una madre podía desempeñar ese papel: ella era la guardiana de sus sueños, su fortaleza contra el miedo. Y cuando Milana reía y jugaba, Tanya se consolaba pensando que por un breve instante había conseguido preservar la magia en la infancia de su hija.

Pero, ¿quién se haría cargo de todo aquello? ¿Dónde se podría encontrar alivio en un mundo desbordante de problemas? La respuesta, aunque no fácil de encontrar, resultó estar en la compasión de los demás. Tanya descubrió que, en medio del caos, hay personas solidarias dispuestas a echarle una mano para aliviar su carga.

Así continuó la historia de Milana y Tanya, que personificaron la resiliencia del espíritu humano, el espíritu de una madre premurosa y cariñosa. A través de la creatividad, el juego y el amor materno, capearon las tempestuosas olas de la incertidumbre, demostrando que incluso ante la adversidad pueden florecer la esperanza, el amor y la alegría. Mientras Milana reía con su yogur favorito y Tanya la acunaba en sus brazos, cobijándola en su juego, nos recordaron a todos que la capacidad del corazón para amar, proteger y curar es una fuerza que supera incluso los momentos más oscuros.

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