Retratos de Aceh

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Regreso de entre los muertos

“Me desperté entre los muertos”, dice Nazzarin. Lo habían amontonado con cientos de cadáveres en una mezquita de Meulaboh, en Indonesia, en las horas después del tsunami del 26 de diciembre de 2004.

“Solo podía pensar en encontrar a mi familia”, explica. “Huía de la ola con un niño en cada brazo. Nos habíamos separados de los otros. Los tiré hacia un edificio y luego la ola me alcanzó”.

Los buscó, intentando identificar a sus familiares entre cuerpos cubiertos de barro. Caminar por Meulaboh aquellas primeras horas era como estar en “el fin del mundo”. Alrededor de 40.000 personas murieron, un cuarto de la población de la ciudad, pues las olas llegaban desde tres lados distintos. Milagrosamente, encontró con vida a 11 de los 12 miembros de su familia. Solo había muerto su hija de dos meses.

10 años después, viven todos juntos en una casa construida por Cáritas Suiza a las afueras de la ciudad, en un pueblo llamado Leuhan. Además de casas, Cáritas abasteció a la comunidad de agua limpia, caminos y electricidad.

A la familia le van bien las cosas. Ori Fadrizal es uno de los niños a los que su padre tiró hacia el edificio. Tiene 19 años y está terminando la educación secundaria.

La última casa en pie

“Había un niño en el agua que gritaba pidiendo ayuda y yo no podía hacer nada para salvarlo”.

Fajri Jakfar estaba en casa, en Banda Aceh, cuando el tsunami azotó la ciudad. Cuando oyó los gritos de la gente escapando de la primera ola, huyó en su bicicleta. “Un barco me pasó sobre la cabeza como si fuera un avión. Dejé la bicicleta y corrí para buscar una casa alta”, explica.

Con escasos minutos de tiempo consiguió llegar a una, subió hasta el segundo piso y luego al tejado. Había 20 personas en el segundo piso y otras 30 en el tejado.

“La segunda ola nos golpeó como si fuera una excavadora”, dice. “Los edificios estaban siendo arrastrados por el agua. Intentamos tirar de la gente hacia el tejado pero no pudimos salvarlos”.

Un barco pesquero se estrelló contra la casa tirando abajo la mitad de esta, que fue arrastrada por el agua. A otro barco le faltó nada para chocar contra ellos. “Todas las demás casas habían desaparecido. Estábamos esperando, creíamos que íbamos a ser los próximos”, explica.

Pero la casa seguía en pie y el agua retrocedió. Lo que quedaba de la zona era una inimaginable escena de devastación. “Cadáveres y escombros. No lo podremos olvidar mientras vivamos”, cuenta.

Acabó viviendo en un refugio provisional durante tres meses. En su familia eran pescadores pero como se destruyeron todas las embarcaciones, no quedaba trabajo.

“Recuperé la esperanza cuando llegó toda la ayuda internacional”, dice. “Otros pescadores hablaron de sus problemas para encontrar trabajo así que creamos una cooperativa y Cáritas nos ayudó a construir y equipar mayores embarcaciones pesqueras”.

El proyecto dirigido por Cáritas Alemania permitió a la cooperativa construir dos barcos de 40 toneladas que dieron trabajo a 60 personas.

“Sin Cáritas nos habría costado más reponernos. Las cosas están bien ahora. Tenemos escuelas, hospitales y casas. La cooperativa va bien y hemos podido mejorar los barcos”, explica.

¿Y el barco que casi destruyó la casa? Acabó en lo alto de otro edificio, donde sigue todavía, es un monumento en recuerdo del tsunami y una fuente de ingresos turística para la gente de aquí.

En cuanto al niño que no pudieron salvar: “lo encontramos colgado del lateral de un edificio”, explica Fajri Jakfar. “Estaba vivo”.

Galletas para los daneses

Nadie sabe muy bien cuántos años tiene realmente la vieja Halimah. Ella cree que podría tener 113, otros dicen que tiene 103. Lo que es seguro es que ha presenciado mucha historia.

Halimah is over 100 years old. She is living in a CRS built house. Photo by Patrick Nicholson/Caritas

Halima tiene más de 100 años. Ella vive en una casa construida por CRS. Foto de Patrick Nicholson / Caritas

Halimah dice que cuando era pequeña su pueblo costero cerca de Meulaboh era poco más que un bosque. Recuerda que les vendía galletas a los colonos daneses durante la época colonial. Los vio irse cuando llegaron los japoneses, durante la Segunda Guerra Mundial. “Los dos eran iguales”, dice. Luego hubo un eclipse cuando el día se convierte en noche.

Y ella recuerda el 26 de diciembre de 2004, el día del tsunami.

“Mi nieta se casaba ese día por lo que el resto de la familia estaba con los preparativos”, cuenta. Viuda desde hacía más de dos década, estaba sola cuando se produjo el terremoto al que siguió el tsunami.

“Todos mis vecinos escaparon”, dice. “Cuando oímos a la gente gritar que la ola venía, subí por una escalera hasta el tejado”. Gran parte de la casa fue arrastrada por el agua pero ella se subió al tejado. “Gracias a Dios que sobreviví”, dice.

El pueblo quedó completamente arrasado. 17 personas murieron en la celebración de la boda. “Nunca en mi vida he visto algo igual”, explica.

Durante su vida, Halimah ha vivido en cuatro casas. Ella dice que en la que vive ahora, construida con la financiación de la confederación de Cáritas, es la mejor. “Antes estaban hechas de madera y bambú. Ahora están hechas de hormigón. Es mucho más fuerte y limpia. Me siento más segura”, explica.

Y en cuanto a planes, ella solo tiene uno: “No volver a ser testigo nunca más en mi vida de otro tsunami”.

Renovación

Afortunadamente, el 26 de diciembre era domingo. Era el único día de la semana en el que la escuela preescolar Nabila estaba cerrada. En 2004 la escuela estaba hecha de madera. A su paso, el tsunami la arrasó completamente.

Hilda vivió lo contrario. Su hijo fue allí. Murió en el tsunami, al igual que su bebé de dos meses.

“La ola me alcanzó y me arrastró hacia un árbol”, cuenta. “Después perdí la conciencia otra vez y cuando me desperté estaba atrapada dentro de una casa mientras que el agua subía”, explica. “No me explico cómo sobreviví”.

La confederación de Cáritas ayudó con la reconstrucción de la escuela. Cuando volvió a abrir, Hilda se hizo maestra allí. “Antes del tsunami mi trabajo era ser madre”, dice. “Después de perder a mis hijos decidí dedicar mi vida a la enseñanza para poder ayudar a los niños”.

Muchos de los padres de los niños de la escuela Nabila están traumatizados. Es una escuela del vecindario, lo cual es bueno porque así están suficientemente cerca de ella para poder visitarla cuando hace mal tiempo o la marea está alta.

Ahora la escuela está hecha de hormigón y ha doblado su tamaño. Antes había un dormitorio, en el que los niños dormían “como los peces” sobre hormigón. Ahora es moderna y limpia. “Es la mejor escuela de Meulaboh”, explica. “Ahora los niños tienen una gran oportunidad para aprender y desarrollarse”

Hace dos meses, con 39 años, casi 10 años después del tsunami, Hilda dio a luz un hijo, Mohammed. “Me siento muy feliz”, dice. “Él me ha ayudado a superar lo que pasó. Él es mi gran alegría”.

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