¿Qué futuro tendrán los sirios en Turquía?

Future for Syrian refugees in Turkey

La educación es uno de los principales retos para los refugiados sirios que viven en Turquía. Desde que comenzó la guerra, en 2011, tres millones de refugiados han llegado a Turquía. La mitad de ellos son niños. Inicialmente, los que podían permitírselo, mandaron a sus hijos a escuelas privadas con programas sirios. Ahora sus hijos pueden ir a colegios turcos.

“En Siria, la educación era lo más importante. Todo el mundo estaba muy motivado y empujaba a sus hijos a estudiar”, dice Marwan *, director de uno de los cuatro colegios que financia Caritas en Estambul.

Al principio, su colegio costaba 50 liras por cada estudiante. Tenían unos 200 estudiantes, menos de un tercio de su capacidad. “Ahora, Caritas facilita el alquiler, los gastos y los salarios, el colegio es gratuito, tenemos 700 estudiantes y una larga lista de espera”, nos dice.

“La realidad es que la mayoría de los niños no va a la escuela”, señala. La alfabetización en Siria, antes de la guerra, era del 99 por ciento. Ahora, entre los refugiados sirios en Turquía es del 46 por ciento. “Los niños tienen que trabajar para ganarse la vida y mantener a sus familias”, dice.

Amira *, una maestra de la escuela, es una refugiada siria que huyó de Alepo en 2011. Los salarios los fija  el ACNUR en 900 liras turcas al mes (270 euros). Su alquiler y demás gastos para mantener a su marido y sus dos hijos llegan a duplicar esa cantidad.

“Mi hijo tiene 13 años. Trabaja en una fábrica textil desde las 7 de la mañana a las 10 de la noche. Cuando estábamos en Siria, en 2011, él estaba en el 7º grado del colegio. Pero no ha vuelto a ir al colegio desde entonces “, dijo. “Me duele verle llegar a casa agotado. Le pido que lo deje, pero responde: ¿y cómo vamos a pagar el alquiler, si yo no trabajo?”.

Aunque ella no pierde la esperanza. “Conseguiré un segundo trabajo, para que él pueda tomar clases de turco y luego ir a una escuela local. Mis alumnos han perdido entre 2 y 4 años de escolarización. Necesitan ayuda intensiva, pero después de un año se ponen al día “.

Mariam tiene 14 años y tiene pasión por aprender, sobre todo le gustan las ciencias. Quiere ser psiquiatra. “Si realmente quieres algo, tienes que luchar por ello”, dice. Ella ha comenzado recientemente la escuela local turca, en Estambul. “La lengua era difícil, pero ahora no tengo ningún problema”.

Mariam veut devenir psychiatre.

Mariam veut devenir psychiatre. Photo de Patrick Nicholson/Caritas.

Su padre murió. Vive con su madre, que sufre de depresión, y con sus dos abuelos, de edad avanzada. Mohammed Malidini, 78 años de edad, y Amina, de 65 años de edad, huyeron con su familia, en 2013, desde la ciudad siria de Alepo, cuando estaba sitiada.

“Nuestros diez hijos e hijas están dispersos por todo el mundo”, indica Amina. “Mi deseo es que la familia se reúna de nuevo”.  Mohammed está parcialmente ciego y sordo. Ambos necesitan tratamiento médico.

“Caritas nos proporciona medicamentos, cupones de alimentos y ropa”, dice. “Pero es difícil llegar a esta edad y no poder mantenerse uno mismo. No veo ningún futuro aquí, ni en Siria. Para nosotros, no hay futuro. No se puede seguir adelante así, pero tampoco hay marcha atrás “.

La mayoría de los refugiados sirios en Turquía viven en alquiler. En viviendas pequeñas, mal cuidadas e incómodas, con decenas de personas en una misma habitación. El pago del alquiler es un gran problema. Caritas les ayuda a domicilio. Caritas ha ayudado a unas 40.000 personas en 2015.

Selen * es una cooperante de Caritas que también trabaja, a tiempo parcial, en una empresa de moda de Estambul. “Es terrible la yuxtaposición entre ir a una casa en la que la gente lucha por poder pagar 300 liras turcas al mes, por el alquiler, mientras se ofrece un perfume, a mitad de precio, por 300 liras turcas el frasco, resulta bastante sorprendente”, indica Selen.

Es fundamental ofrecer a los refugiados sirios una esperanza. Abeer es una joven madre que huyó con su familia de Alepo. “La ciudad era hermosa. La vida era perfecta allí. Ahora es un infierno”, recuerda ella.

Vendieron todo para venir a Turquía. “Cuando llegamos, nos sentimos libres y seguros. En Alepo, no podía cocinar, ni limpiar. Para mi hija, no había futuro en Alepo”, dice. Ella está yendo ahora a clases de turco,  en un curso patrocinado por Caritas. “Puesto que vivimos en Turquía, debemos aprender el turco”, dice ella. “Ahora mi marido trabaja como traductor. Nuestra hija irá el próximo semestre a un jardín de infancia turco”.

Caritas a sponsorisé des cours de langue.

Caritas a sponsorisé des cours de langue. Photo de Patrick Nicholson/Caritas

Desde primeros de este año, los sirios pueden trabajar legalmente en Turquía, pero la barrera del idioma es un gran obstáculo. No sólo para encontrar empleo, sino también para abrirse camino en la burocracia de un hospital y en la escuela, así como para hacer vida social.

Caritas ha organizado unos grupos de mujeres, en Estambul y Hatay. Se ofrecen cursos de turco, junto al asesoramiento e intercambio de información sobre sus derechos, las escuelas y la salud. Ellas aprenden habilidades como la artesanía y a vender lo que producen.

Luego hay seminarios, una vez al mes, en estos grupos de mujeres, sobre diferentes temas, como la autodefensa o la forma de detectar un cáncer de mama. Las clases de yoga y danza son las más populares.

“Hemos sufrido mucho cuando llegamos”, dice una madre del grupo de mujeres de Hatay. “Hay guerra, hermanos y maridos perdidos y familias separadas. Pero en el grupo de mujeres, hemos llegado a ser como hermanas. Es como una pausa, fuera de la realidad “.

Paralelamente al grupo de mujeres, haya centros para los niños. Caritas les ofrece un espacio para que los niños jueguen, hacen manualidades, amistades e incluso aprenden a cuidar del jardín. Es un respiro fuera de sus hogares, que podría ser de cuatro familias hacinadas en una pequeña habitación.

Caritas Turquía organiza a grupos de mujeres en Hatay.

Caritas Turquía organiza a grupos de mujeres en Hatay. Ellas aprenden manualidades y venden lo que producen. Foto por Patrick Nicholson / Caritas

Moonif * es jefe de equipo en un centro en Hatay. “Antes de empezar, en 2014, los niños estaban en la calle. No jugaban con los otros niños. Incluso con sus propias familias, no hablaban”, nos cuenta. “Con un niño que está aislado, intento hacer que se involucren en el grupo. Si el niño se porta mal, hablo con él y con sus padres”.

Las madres dicen que el cambio en sus hijos es notable. Ellos han perdido su infancia. Pero siempre, en el fondo, está Siria. “Puede ser que no hablen de ello, pero no han olvidado sus casas”, dice una madre. “Todos nosotros, incluso cuando sonreímos, estamos pensando en Siria. Aunque pasen 100 años, no vamos a renunciar a nuestro hogar”.

*Los nombres fueron cambiados

 

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