“Me inscribí en muchas organizaciones benéficas, pero nadie me ayudó”, dice Sama, una mujer de 37 años madre de cinco hijos. “Oí que Caritas puede ayudar con las prótesis. Remitieron a Amal al hospital en menos de una semana”.
Sama vive en Alepo Este tras haber huido de Hama, otra ciudad siria sumida en la guerra. “Amal era sólo un bebé. Ella estaba durmiendo cuando cayó una granada. Corrí hacia ella. El techo se había venido abajo y estaba rodeada de sangre”, explica.
En el hospital, los médicos dijeron que Amal tenía una pierna gravemente dañada. “Prometí vender todo lo que tenía para poder pagar la operación que le salvara la pierna”, dice, “pero se la tuvieron que amputar”.
Amal (delante) con su madre y sus hermanos.
El marido de Sama es soldado y a menudo está lejos de casa. Ella ha criado a los niños prácticamente sola. “Cada vez que Amal se movía, le salía sangre. La vida era muy difícil”, cuenta.
La familia se mudó a Alepo Este hace pocos meses para estar cerca del marido. Fue allí donde conocieron a Magida Tabbakh, una trabajadora de Caritas local. “Nos llamaron del hospital, Magi había hablado con ellos”, cuenta Sama. “Me remitieron a la Cruz Roja y comenzamos la fisioterapia. Después nos dieron la pierna protésica”.
Tras haber pasado toda su vida sin poder andar, Amal, que ahora tiene 5 años, no pierde el tiempo. Juega con los demás niños en la calle, va andando al colegio, está constantemente trepando, columpiándose y divirtiéndose. “En el centro de fisioterapia había unas barras a las que podía agarrarse para andar y daba volteretas sobre ellas. Es una gimnasta”, dice Sama. “Cuando le digo que me obedezca me contesta con un ʻno, ahora tengo dos piernasʼ”.