Un año después de la batalla de Alepo

Texto y fotos de Patrick Nicholson

Reuniendo una ciudad dividida

La batalla de Alepo comenzó a mediados de 2012. Se puso fin al combate en diciembre de 2016, cuando el gobierno tomó el control de toda la ciudad siria, la misma que hubo de estar una vez dividida. Un año después del fin de los enfrentamientos, las familias están rehaciendo sus vidas. Caritas trabaja en el este y el oeste de Alepo, llegando a 35 000 personas con asesoramiento, educación, asistencia médica y ayuda al alquiler.

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Maher, Amira y las zapatillas Converse

“La guerra me enseñó a vivir el momento”, dice Maher Samaan, un habitante de treinta y tantos años de la mayor ciudad de Siria.

Maher permaneció en Alepo durante los años que duró el conflicto. “Alepo estaba llena de violencia, vimos mucha sangre. Mi sobrina se encontraba en un autobús cuando los combatientes abrieron fuego; todo el mundo fue asesinado. Perdimos a amigos y familiares; perdimos nuestro futuro y nuestras esperanzas”, dice.

“Mis amigos huyeron. Yo también lo intenté, pero soy hijo único y mi madre era incapaz de dejarme marchar”.

Entre esos amigos estaba Amira Macharekji. “Estaba trabajando en una zona peligrosa. Perdí mi trabajo cuando los rebeldes tomaron el edificio”, dice la mujer. Amira se marchó a Líbano en 2012. Ambos siguieron en contacto a través de mensajes de texto. “Éramos muy buenos amigos, yo conocía sus secretos y él los míos”, dice Amira.

Amira Macharekji (centro) trabaja para Caritas en Jabal Badro en Aleppo.

Amira Macharekji (centro) trabaja para Caritas en Jabal Badro en Aleppo.

“Hablábamos todos los días, de nuestros recuerdos, de nuestros sentimientos…”, cuenta Maher, “de manera que un día le dije que por qué no nos casábamos. Pasó un segundo antes de que ella dijera ¿por qué no?”.

Los enfrentamientos en Alepo terminaron hace 12 meses. “Una vez que el conflicto se detiene, tus pensamientos van hacia el futuro. Es difícil imaginar de nuevo la vida, eres un superviviente y no tienes nada”, explica Maher.

Amira regresó de Líbano este año para planear el compromiso, el enlace y su futura vida juntos. “La boda en septiembre fue increíble”, dice Maher. “Hicimos algo especial que representara nuestra identidad y personalidad”. Su canción de boda fue ‘For Whom the Bell Tolls’, de Metallica. Tanto la novia como el novio llevaron zapatillas Converse.

Sin embargo, muchos de sus amigos y familiares no estuvieron allí presentes. El mejor amigo de Maher se encuentra en Brasil y el hermano de Amira está en Suecia. “Es la vida. Esto es lo que hay”, decía Amira. “Tenemos el sueño de viajar al extranjero, ver el mundo, vivir una vida libre”, explicaba Maher. “Poco a poco”, añadía Amira.

Actualmente ella trabaja para Caritas en Alepo Este. Gran parte de esta zona de la ciudad ha sido destruida. “Caritas colabora con agua y alimentos, y con otro tipo de ayuda como jabón y pañales”, explica. “Si alguien tiene algún problema, trabajamos para resolverlo”.

“Un día le dije que por qué no nos casábamos. Pasó un segundo antes de que ella dijera ¿por qué no?”

Amal, la gimnasta

“Me inscribí en muchas organizaciones benéficas, pero nadie me ayudó”, dice Sama, una mujer de 37 años madre de cinco hijos. “Oí que Caritas puede ayudar con las prótesis. Remitieron a Amal al hospital en menos de una semana”.

Sama vive en Alepo Este tras haber huido de Hama, otra ciudad siria sumida en la guerra. “Amal era sólo un bebé. Ella estaba durmiendo cuando cayó una granada. Corrí hacia ella. El techo se había venido abajo y estaba rodeada de sangre”, explica.

En el hospital, los médicos dijeron que Amal tenía una pierna gravemente dañada. “Prometí vender todo lo que tenía para poder pagar la operación que le salvara la pierna”, dice, “pero se la tuvieron que amputar”.

Amal (frente) con su madre y sus hermanos.

Amal (delante) con su madre y sus hermanos.

El marido de Sama es soldado y a menudo está lejos de casa. Ella ha criado a los niños prácticamente sola. “Cada vez que Amal se movía, le salía sangre. La vida era muy difícil”, cuenta.

La familia se mudó a Alepo Este hace pocos meses para estar cerca del marido. Fue allí donde conocieron a Magida Tabbakh, una trabajadora de Caritas local. “Nos llamaron del hospital, Magi había hablado con ellos”, cuenta Sama. “Me remitieron a la Cruz Roja y comenzamos la fisioterapia. Después nos dieron la pierna protésica”.

Tras haber pasado toda su vida sin poder andar, Amal, que ahora tiene 5 años, no pierde el tiempo. Juega con los demás niños en la calle, va andando al colegio, está constantemente trepando, columpiándose y divirtiéndose. “En el centro de fisioterapia había unas barras a las que podía agarrarse para andar y daba volteretas sobre ellas. Es una gimnasta”, dice Sama. “Cuando le digo que me obedezca me contesta con un ʻno, ahora tengo dos piernasʼ”.

Caritas ayuda a la familia de Sama con alimentos, ropa, agua y artículos de higiene.

“Ahora mi hija tiene su nueva pierna, todo lo demás me da igual. Tuvimos un gran problema y Dios nos ayudó”.

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No olvidaremos

Hasta 13 000 bombas llegaron a caer sobre los 250 000 habitantes de Alepo Este en 2016. Sobre el terreno, los rebeldes armados que controlaban la zona cometieron asesinatos y torturas, retuvieron alimentos y medicinas e impusieron el reinado del terror.

“Vivíamos bajo el bombardeo en el cielo y la amenaza en la tierra”, dice Manara Aded Al Hamid, una madre de cinco hijos que permaneció en Alepo Este durante el asedio.

“No hay película alguna que muestre aquello por lo que hemos pasado, pero no olvidaremos. Era el rostro de la misma muerte”.

Encontrar alimentos, medicinas o combustible llegó a ser imposible. “La peor racha fue cuando comenzamos a recolectar hojas de los árboles para comer”, dice. “También quemamos plástico para cocinar, pero era muy tóxico”.

Manara Aded Al Hamid con sus hijos.

El sábado 19 de agosto, a las 9.20, el marido y la hija de Manara estaban buscando vegetales cuando una granada calló cerca. “Únicamente pudimos identificar su cara”, dice. “Mi hija mayor resultó dañada, pero sus heridas eran superficiales”.

Otra de sus hijas, Hamida, tiene una enfermedad de inflamación cerebral. “Mi hija entró en coma. Sin suministros médicos, tuvimos que darle medicamentos caducados”. El fin del asedio llegó justo a tiempo para poder llevarla al hospital y que recibiera los cuidados de emergencia que necesitaba.

Un año después del asedio la vida sigue siendo dura. “Los ingresos que obtengo con la costura no son suficientes. A veces recojo plástico y latas de aluminio para conseguir más dinero. No me avergüenzo”.

Se están limpiando los escombros de las calles en Alepo Este, la gente está volviendo a sus hogares y las tiendas vuelven a abrir. Caritas ha instalado tanques de agua en el barrio. “Lo que ha mejorado es el suministro eléctrico. Además, tenemos una farmacia, y lo que es más importante: tenemos agua”, dice Manara.

Todavía queda un largo camino por recorrer. “Lo que hace falta son instalaciones básicas, centros sanitarios y educativos”, dice Manara. “Caritas trabaja para satisfacer las necesidades que encuentra, pero no puede hacer mucho debido a la gran cantidad de gente que hay. Sin embargo, aunque solo puedan cubrir entre un 30% y un 40% de las necesidades, está bien. Encender una vela es mejor que maldecir la oscuridad”.

Durante el asedio en Alepo Este, ningún colegio estuvo abierto. Manara y sus amigas impartían clases a unos 20 niños. Siguieron el curriculum nacional de educación lo mejor que pudieron durante cuatro años.

Una vez terminada la guerra, Manara envió a sus hijos a un colegio, a unos 6 km de distancia. “Cuando los colegios evaluaron  a los niños, vieron que tenían el nivel correcto para su edad y los ubicaron en las clases adecuadas”, cuenta.

De vuelta al colegio

“No me lo podía creer cuando me dijeron que tenía trillizos”, dice Ibtisan. “Cuando los vi delante de mí me sentí muy feliz. También estaba triste, sabiendo que sería duro criarlos”.

Jenna, Jhina y Hiba tienen ahora siete años, y tienen otras dos hermanas mayores, Sidra e Isra. La familia se vio forzada a abandonar su hogar debido a la batalla de Alepo. Viven en una casa de dos habitaciones, pequeña y cara, con su madre, su padre y su abuela.

A pesar de las bombas, Ibtisan siempre mandó a sus hijas al colegio. “Yo las llevaba y las traía de vuelta”, dice. “Ahora me siento más segura. Los bombardeos han parado y mis hijas van y vuelven solas del colegio”.

Las trillizas, Jenna, Jhina, Hiba, tienen 7 años y van a un centro de Caritas en Alepo, donde reciben apoyo de educación.

Las cinco niñas se benefician de un centro local de Caritas que ofrece apoyo educativo para los niños en las materias de inglés, matemáticas y árabe. “Todas ellas han mejorado. Quieren ir a Caritas más que al colegio”, dice Ibtisan. “Lo más importante para mí es que sigan aprendiendo”.

A la mayoría de los niños de Alepo que han perdido años de estudio, las clases extra les ayudan a ponerse al día. Caritas también ofrece asistencia  a los colegios públicos y privados y a los estudiantes universitarios. En las escuelas, Caritas ha contribuido con mochilas y material escolar. A los estudiantes universitarios, Caritas les da dinero para cubrir el transporte y los libros.

“Abrimos el colegio hace 10 días”, dice Jamil Moushalah, el director. “No ha habido ningún colegio en la zona desde 2012. Hubo bombardeos contra los rebeldes que vivían por aquí y usaron la escuela como una base militar”.

El suyo es uno de los colegios a los que Caritas ayuda. “Los estudiantes reciben de Caritas mochilas llenas de libretas y material escolar”, dice Jamil. Antes, llevaban sus bolígrafos en bolsas de plástico.

A school on former frontline of conflict in Aleppo.

Una escuela en la vanguardia del conflicto de Aleppo. Caritas distribuye mochilas con material escolar y libros.

La mayoría de los estudiantes había abandonado el colegio en esta zona de Alepo y había comenzado a trabajar para que sus familias pudieran sobrevivir. “La ayuda que presta Caritas anima a los padres a enviar a sus hijos al colegio. Muchos se pueden mostrar reacios debido a los gastos que ello supone”, dice Jamil.

La mayor brecha es la falta de profesores. “Antes de la crisis, el colegio contaba con 50 profesores para 500 estudiantes. Cuando reabrimos había siete profesores”  explica el director.

Prever el futuro

Los niños se encuentran entre la población más vulnerable atrapada en el conflicto de Siria, junto a los ancianos.

“Mi casa era como el paraíso. Me encantaba limpiarla y luego sentarme fuera a beberme un café”, dice Yvette Baladi, una viuda de 80 años. Su casa quedó destruida por la guerra hace seis años. “Se llevaron todo, ahora es sólo un montón de piedras y basura”, dice.

Desde entonces, ha ido pasando por varias habitaciones de alquiler, pidiendo limosna en las calles durante un tiempo para pagar sus gastos. “Me habrían echado si no hubiese pagado. Si veía a alguien que me conocía, me escondía. Pedir limosna es lo peor a lo que me he tenido que enfrentar”.

Las asistentes sociales de Caritas visitan a Yvette regularmente.

Los asistentes sociales de Caritas visitan a Yvette regularmente.

Yvette se rompió la cadera hace cuatro años. “No había electricidad, fui a buscar una vela y me caí”. No puede caminar lo suficientemente bien como para salir de su habitación. Depende de sus vecinos para todo. Un médico la ayuda a pagar el alquiler. Caritas le proporciona alimentos, mantas y asistencia sanitaria, y sus trabajadores sociales la visitan regularmente.

“Estoy sola todo el día y toda la noche. Si quiero comer, no hay nadie que me traiga la comida. En ocasiones tengo que esperar hasta la tarde, dice. “A veces juego a las cartas, trato de predecir el futuro. ¿Vendrá alguien a verme? ¿Se apiadará Dios de mí?”

Caritas también organiza encuentros sociales, con comida y obsequios para los ancianos, así como visitas regulares y ayuda médica.

“Pedir limosna es lo peor a lo que me he tenido que enfrentar”.

La caridad de las buenas personas

“Alepo era muy pequeña cuando yo era niño, se podían contar sus habitantes con los dedos de una mano”, dice Abd Al Hakkim Kadour, nacido en 1921. “Vivíamos de forma sencilla, de la agricultura, teníamos suficiente pan y llevábamos los mismos zapatos durante 10 años”.

Abd Al Hakkim huyó de Alepo Este cuando la lucha se intensificó demasiado. “La gente moría y no había nadie para enterrar los cadáveres. Si morías en mitad de la calle, te dejaban para los perros”. La batalla de Alepo ha sido lo peor que jamás haya visto.

“He vivido una larga vida y nunca he presenciado nada igual. Aquello barrió mi pasado por completo y ahora sólo vivo el presente”.

Ahora ha regresado para poder estar cerca de sus familiares supervivientes. Sale adelante gracias a la ayuda que recibe de Caritas y de otras agencias humanitarias. “Vivimos de la ayuda humanitaria, no podemos trabajar. Si recibimos ayuda podremos vivir, si no, quedaremos en manos de Dios”.

Hamida, la esposa de Abd Al Hakkim, tiene 80 años. Él dice que el secreto de un largo matrimonio es trabajar juntos. “Yo solía trabajar codo con codo con mi esposa. Ahora dependemos de Dios y de la caridad de las buenas personas. Cuando eres misericordioso, Dios es misericordioso contigo. Sin la misericordia de Dios, Siria no existiría”.