LA GUERRA EN SIRIA, UNA HISTORIA CONTADA EN LOS CENTROS DE ESCUCHA DE CARITAS ANATOLIA

Por fin podíamos permitirnos vivir en la casa de nuestros sueños. Estaba a las afuera de Homs, una casa familiar, grande y espaciosa. Después de años de arduo trabajo como maestro, mi esposo había ahorrado suficiente dinero para renovarla.

Estaba feliz, por fin nuestros hijos tendrían suficiente espacio para crecer felices. Me pasaba días enteros junto a mis hermanas, pensando en los muebles y en las fiestas que podíamos organizar allí. Con toda la familia reunida, estaríamos todos juntos.

Todavía recuerdo la encimera de mármol de la cocina, era nueva y brillaba. Podría haber amasado pan y cocinado toda la comida que quisiera, en aquella hermosa cocina. Todo estaba listo, solo faltaban los electrodomésticos, las camas y la tapicería. Recuerdo una larga discusión con mi esposo, porque aquel mes quería comprar un auto pequeño, ya que el nuestro se había averiado. Él insistía en gastar ese dinero en el auto, mientras yo prefería, enojada, una lavadora, las camas y las alfombras. Quería mudarme lo antes posible. Después de una larga discusión, había ganado él. Se había comprado un coche, pequeño y feo. Cada día lo miraba y me daba rabia, ese maldito coche había retrasado la vida que soñaba en aquella casa. Unas semanas más tarde, ese maldito coche se convirtió en nuestro hogar y único camino de salvación. En Homs la situación empeoraba, el ejército entraba en las casas, se llevaba a los hombres. Para nosotros, las posibilidades de matar o ser asesinados eran escasas, pero teníamos un coche y, en esas noches, ese coche se convertía en hogar, consuelo y salvación. Ese pequeño y feo coche nos llevó a Turquía, justo al otro lado de la frontera con Siria, nos salvamos antes de que las cosas se pusieran aún más terribles. Eso fue hace 7 años, pero recuerdo claramente lo que mi esposo me dijo por el camino: “¿Viste?, una lavadora no tiene ruedas, mi amor” y nos echamos a reír, una risa que tenía el sonido del campo después de una tormenta.

Siempre creímos en el cambio y siempre luchamos por él, nunca creímos que solo existieran esos dos terribles caminos, luchamos por una tercera vía, la de la libertad. Y es por eso que casi todos los hombres de mi familia están muertos o desaparecidos, los más afortunados están en el extranjero, como nosotros, con el alma rota. Las mujeres de mi familia están cansadas, enfermas, algunas muertas de desamor, ¿qué madre tiene un corazón lo suficientemente fuerte como para soportar ver a sus hijos torturados y asesinados? Nosotros pagamos el precio de la libertad.

Cuando llegué a Turquía, tardé unos años en recuperarme, lo habíamos perdido todo. Mi esposo no lo hizo, él siguió adelante, ayudando a todas las personas que aún creían en un futuro mejor. Habíamos perdido hermanos, amigos, habíamos perdido nuestras tierras y la guerra no se había terminado. Siguió destruyéndolo todo, y continúa así. Un monstruo hambriento de esperanza, así le describo a mis hijos la guerra. Esa porquería se come la esperanza

Después de unos años logré reaccionar, para seguir adelante, lo hice por mis hijos. Empecé a recuperar los documentos de la casa y a ponerme en contacto con familiares, para averiguar cómo podíamos salvaguardar lo poco que nos quedaba. Gracias a Dios, aquella zona no había sido bombardeada. Todos los días rezaba por nosotros, por nuestro pueblo y para que lo único que nos quedaba en Siria no fuera destruido. “Por favor Dios, por lo menos déjame la casa, te juro que volveré con todo mi coraje y volveremos a empezar. Nuestra casa nunca fue bombardeada, pero se convirtió en una base para varios paracaidistas del ejército, la estantería de mármol fue acribillada a balazos, las puertas utilizadas para hacer fuegos y calentar la casa en las noches heladas. Hoy en esa casa vive un hombre con su familia, un hombre importante, famoso por haber colaborado con el ejército, en varias masacres. Hemos intentado recuperar la casa por todos los medios, pero esa casa hoy está ocupada por los que eligieron matar a sus hermanos y por los que se comieron la esperanza de todos nosotros.

Estoy muy cansada y a veces lloro, aquí no tengo amigas, ni a mis hermanas. Pero yo no me rindo y un día, si Dios quiere, volveremos a casa. También llevaré conmigo a mi pequeña y última hija, la hemos llamado Amal, que significa esperanza.

Da Samar

Donar


Por favor, haga una generosa donación a Caritas. Su ayuda hace posible nuestro

Pray

Caritas brought together a collection of prayers and reflections for you to use.

Ser Voluntario

La contribución de los voluntarios es fundamental. Descubra cómo puede ser uno de ellos.